Por Yuriria Sierra
Peor
“Los políticos no han conseguido formar una alianza internacional contra el virus ni acordar un plan global. Las dos principales superpotencias del mundo, Estados Unidos y China, se han acusado de ocultar información vital, de difundir desinformación y teorías conspirativas e, incluso, de propagar deliberadamente el virus. Parece ser que muchos otros países han falsificado u ocultado datos sobre la evolución de la pandemia…”, lo anterior lo escribió Yuval Noah Harari apenas en marzo pasado, cuando se cumplía un año de la pandemia en todo el mundo. Han pasado dos meses desde esta publicación, el mundo comienza a abrirse paso entre una “nueva normalidad” que cada vez, tristemente, lejos de parecerse a la que conocimos en 2019, se revela como una lejana, peor.
¿En dónde quedaron los gestos empáticos y la disposición para la cooperación multilateral? Ya no hay indicios de esos momentos de fraternidad que se despertaron cuando covid-19 nos encerró en casa en la mayoría de los rincones del mundo. Hoy, el mundo transita entre la incertidumbre de lo que todavía no sabe de este virus, de las ganas de por fin dejar de hablar de él y avanzar en la reconciliación con la que alguna vez fue nuestra vida cotidiana. Pero este regreso no significó la sacudida de odios, fobias o filias. El planeta avanza, sólo que algunos ahora lo hacen con cubrebocas.
Ahí están los conflictos en Gaza. Bombardeos, muertos, heridos, refugiados, desplazados, gente muerta de terror ante lo que les puede caer del cielo. El cotidiano que por décadas ha existido en aquella región no desapareció con la pandemia. También están los colombianos, luchando contra la violencia de las autoridades ante las protestas ciudadanas. Esa postal que hemos visto ya en Ecuador, Perú, Chile, Bolivia, Argentina o Brasil. Tal como lo hicieron durante la pandemia en Estados Unidos o como lo hacen en Rusia, en Indonesia o en Venezuela.
Aquí estamos nosotros en México. Viendo festivales en Palacio Nacional y protestas en las calles. Madres que no son escuchadas. Asesinatos, secuestros y fosas que se acumulan. Aunque también un Presidente con los ojos puestos más en la contienda electoral que en lo que le sucede al pueblo, ese pueblo que, afirmó, fue el motor de su carrera política, para el que dijo que siempre estaría y al que acusa de conservador cuando no está de acuerdo con él.
Fue muy ingenuo creer que el mundo sería mejor cuando la pandemia comenzara a desvanecerse. No ha sucedido ninguna de las dos cosas. Ni somos una mejor sociedad ni la pandemia da signos de que pronto dejará de ser un factor que defina nuestro ritmo.
Durante los últimos 14 meses, grandes pensadores, como Yuval Noah Harari, han reflexionado sobre la dirección que debería tomar el curso del mundo y de las razones por las que estamos así. Pocos fueron optimistas, de hecho, creo que ninguno. Michel Houellebecq escribió hace un año, cuando creíamos que la pandemia sería cosa de sólo algunas semanas más de encierro: “No despertaremos, después del confinamiento, en un nuevo mundo; será lo mismo, sólo que un poco peor…”.
Doce meses después, con todo lo que hemos vivido, con esas explosiones focalizadas de entendimiento, tristemente no podemos sino darle la razón. Usted, querido lector, deles un repaso a las notas publicadas en este diario. Los asuntos referentes a la pandemia se han mezclado con el caos y la vorágine en la que ya estábamos sumergidos antes de la aparición del SARS-CoV-2. ¿Qué hemos hecho mal? ¿Quiénes lo han hecho mal? La pandemia debe obligarnos a responder estas preguntas y, claro, a actuar en consecuencia.