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Nudo gordiano

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Por Yuriria Sierra

Veinte años atrás

“Hace dos días tuve que huir de mi hogar y de mi vida en el norte de Afganistán, después de que los talibanes tomaran mi ciudad. Todavía estoy huyendo y no hay un lugar seguro al que pueda ir. Hasta la semana pasada fui periodista. Hoy no puedo escribir ni firmar con mi propio nombre ni decir de dónde soy ni dónde estoy. Toda mi vida se ha borrado en unos pocos días. Estoy tan asustada y no sé qué me pasará. ¿Volveré a casa alguna vez? ¿Volveré a ver a mis padres? ¿A dónde iré? La carretera está bloqueada en ambas direcciones. ¿Cómo sobreviviré? (…) No estoy segura porque soy una mujer de 22 años y sé que los talibanes están obligando a las familias a entregar a sus hijas como esposas para sus combatientes. Tampoco estoy segura porque soy periodista y sé que los talibanes vendrán a buscarme a mí y a todos mis colegas…”.
Ya lo escribió ella, la autora de este texto y de quien, por ahora, no conocemos su nombre, ya explicó el porqué. Éste es sólo un extracto, fue publicado el pasado 10 de agosto en The Guardian, el diario británico. Lo sabía, ella lo sabía: Afganistán estaba por estallar, y no es que hayan faltado señales. La retirada de la tropas de Estados Unidos, que comenzó durante el gobierno de Donald Trump, alcanzó su momento más álgido este fin de semana, con la llegada de los talibanes a Kabul, la entrega del gobierno del entonces presidente y su posterior huida. Una llegada que estaba programada para tres meses y que se concretó en tres días. La sorpresa y el miedo de los millones de ciudadanos que ayer dieron la vuelta al mundo, corriendo debajo y detrás de un avión de la Fuerza Aérea estadunidense, en un intento por escapar de ese país que, todo apunta, dará pasos atrás. Siete muertos tras el caos en el aeropuerto de Kabul, muertes que se suman al saldo de dos décadas de guerra: más de 46 mil 245 civiles afganos asesinados, 72 periodistas, 444 trabajadores humanitarios; más de 51 mil combatientes del talibán, más de 66 mil policías y militares afganos no radicales; casi 2 mil 500 miembros de la milicia de EU.
Una guerra que a EU le costó cerca de 2 billones de dólares, que se justificó tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, pero, más allá de esto, estos 20 años significaron para las mujeres afganas su integración, poco a poco, al ritmo del mundo. Hoy, como lo escribió esta joven periodista que debe mantenerse anónima, el regreso de los talibanes implica la instauración de condiciones extremistas en las que, por ejemplo, las mujeres tienen prohibido trabajar fuera de sus casas, salir de ellas sin un acompañante legalmente reconocido, estudiar, reír en voz alta, usar tacones, tener presencia en medios electrónicos, asistir a reuniones públicas o practicar deportes. Y los castigos por romper estas reglas van desde los azotes hasta la lapidación y la muerte.
“Ahora mismo, todo está tenso. Todo lo que puedo hacer es seguir corriendo y esperar que pronto se abra una ruta fuera de la provincia. Por favor, reza por mí…”, así termina ese texto enviado a The Guardian desde un lugar remoto en Afganistán. Ojalá que su autora encuentre salida y un refugio donde pueda ejercer su profesión sin anonimato, donde pueda salir a la calle con la sensación más cercana a la libertad. EU ya advirtió que no enviará nuevas tropas. Afganistán queda en manos de los extremistas otra vez.

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