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Por Jorge Fernández Menéndez

Ni Roma ni Glasgow, AMLO va a Nueva York

El presidente López Obrador desperdició una oportunidad prácticamente única para conocer a los principales líderes mundiales, tanto en la reunión del G20 que se realizó en Roma como en la apertura del COP26 sobre cambio climático en Glasgow. Al Presidente no parecen importarle los grandes temas globales y puede seguir pensando que la política interior es la mejor política externa, pero resulta que eso no es verdad a la hora de relacionarse con los gobiernos y los conflictos de un mundo global en el que México, aunque no le guste al Ejecutivo federal, pertenece de todas las formas posibles.

Ir la próxima semana a Nueva York a una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, que este mes le toca presidir a nuestro país, no significa lo mismo que hubiera implicado ir al G20 y a la COP26. En Roma y en Glasgow estuvieron los líderes mundiales y el presidente López Obrador hubiera podido reunirse con ellos, mirarlos cara a cara, medirlos y ser medido.

El que el Presidente no hable inglés no es, como no lo será en la ONU, en Nueva York, un impedimento, para eso se utilizan traductores. Hay otros líderes que no lo hablan y han tenido notables participaciones en este tipo de encuentros. Por citar a dos políticos en las antípodas, ahí están José María Aznar, cuando era presidente del gobierno de España (Aznar, cuando concluyó su gestión, se fue varios meses a Estados Unidos con el objetivo de aprender a hablar bien inglés, su acento sigue siendo muy castizo, pero lo logró plenamente), lo que no le impidió hacer acuerdos de fondo con George W. Bush y Tony Blair, cuando fue la intervención en Irak; el otro es Luiz Inácio Lula da Silva, el exmandatario de Brasil, un hombre sin formación académica, pero que tuvo participaciones muy importantes en estos y muchos otros foros durante su mandato.

En el Consejo de Seguridad estarán los representantes de los países que lo integran, pero ningún otro mandatario y la repercusión del discurso presidencial, que girará en torno a la corrupción y la desigualdad social, será, por lo menos, escasa, porque el tema no está en la agenda del Consejo. Se podrá pensar o no que esos son algunos de los grandes temas globales, pero lo cierto es que en el Consejo se aborda otra agenda mucho más ligada a las crisis o conflictos coyunturales: la confrontación entre Estados Unidos y China, con uno de sus epicentros en Taiwán, es uno de esos temas, y México, pese a la demanda constante en ese sentido de la Unión Americana, no ha tomado posición al respecto, incluso en un tema tan delicado como la ciberseguridad (y no tomar posición es una forma de tomarla y distanciarse de Estados Unidos); los grandes conflictos en Oriente Medio o la crisis que se vive en Afganistán después de la evacuación de Estados Unidos. Incluso la situación en Venezuela o en Cuba, que es parte de los principales conflictos potenciales en la región. O la migración, que va mucho más allá de la política fronteriza entre México y Estados Unidos.

Sería interesante ver cómo el gobierno mexicano usaría su presidencia del Consejo de Seguridad para abordar, por ejemplo, alguno de estos temas, no lo hemos hecho en estos tres años y todo indica que no lo haremos. Recordemos, por ejemplo, cómo se dañó la relación entre los presidentes Bush y Fox, cuando México, en el Consejo de Seguridad, entonces representados por el fallecido Adolfo Aguilar Zinser, decidió no apoyar la intervención de Estados Unidos en Irak. Esos son los verdaderos temas centrales de ese organismo global.

Porque, además, alguien informa muy mal al primer mandatario de ciertos temas internacionales. Un ejemplo claro es el del acuerdo contra la deforestación asumido por un centenar de países en la COP26. El miércoles, el Presidente sostuvo en la mañanera que ese acuerdo estaba basado en el programa Sembrando Vida. Incluso se mofó de sus críticos porque decían que México se había tardado casi 24 horas en suscribir el acuerdo. Cómo nos vamos a tardar, se preguntó, si nosotros lo impulsamos. No es verdad, el acuerdo de reforestación no está basado en Sembrando Vida, tiene mucha mayor relación en impedir, por ejemplo, que Brasil siga deforestando el Amazonas, es un acuerdo que lleva años negociándose, desde antes de que López Obrador asumiera la Presidencia de México, nuestro país no lo propuso en la COP26 y sí nos tardamos horas en adherirnos, quizá porque la reunión comenzó desde el lunes en los hechos y hasta la semana próxima no llegará a Glasgow la jefa de la delegación mexicana, la secretaria de la Semarnat, María Luisa Albores. Quizá también porque estamos a años luz de cumplir con nuestras responsabilidades medioambientales: apenas hemos cumplido con el 22% de las metas fijadas en los Acuerdos de París, firmados en diciembre del 2015 y cuyo cumplimiento se está evaluando en la COP26.

Si una afirmación como la de Sembrando Vida puede generar un fuerte debate en el contexto interno, sería un desastre expresarla en una cumbre presidencial.

No se puede subestimar el peso de lo externo en la política interna. Si alguien no lo entiende así tendría que ver las repercusiones que tuvo la última ronda de visitas del embajador Ken Salazar ante legisladores, funcionarios y el presidente de la Suprema Corte, Arturo Zaldívar, para abordar, entre otros, el tema de la contrarreforma energética.

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