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Por Jorge Fernández Menéndez

Hacer política mirándose a los ojos

BUENOS AIRES, Argentina.— Mientras el país más austral del continente se prepara para unos comicios intermedios de este domingo que pueden ser desastrosos para el régimen de Alberto y Cristina Fernández (presidente y vicepresidenta de Argentina, crudamente enfrentados entre sí), en México tenemos que poner toda la atención en el encuentro que mantendrán la próxima semana el presidente López Obrador con sus homólogos Joe Biden y Justin Trudeau, mandatarios de Estados Unidos y Canadá, respectivamente.
El encuentro fue anunciado por Biden, que invitó primero a Trudeau y, ya confirmado éste, extendió la invitación a López Obrador. Se realizará el próximo jueves en Washington y tendrá tres temas: la cooperación en la lucha contra el covid, la integración económica y la migración, los tres prioritarios para la Casa Blanca, una vez aprobado el plan de ayuda por un billón 200 mil millones de dólares. Canadá está más que presto a sumarse y participar en muchos de esos grandes proyectos, sobre todo de infraestructura, y tiene una agenda común con la Casa Blanca respecto a medio ambiente y cambio climático.
El presidente López Obrador irá a ese encuentro luego de una participación en el Consejo de Seguridad de la ONU que no tuvo repercusión en el ámbito internacional y sin haber visto jamás, persona a persona, a sus dos interlocutores, que se conocen desde muchos años atrás. Llegará también sin experiencia en este tipo de cumbres, porque se ha negado sistemáticamente en su administración a participar en ellas, salvo la que sostuvo, en un claro error político, con Donald Trump en la Casa Blanca y que fue interpretada como un acto electoral de apoyo al entonces presidente republicano que buscaba su reelección y que perdió ante Biden.
La interacción personal, el contacto directo, el mirarse a los ojos y negociar es una experiencia intransferible entre jefes de Estado. Al presidente López Obrador no le gusta: pudo haber ido a la cumbre del G20, en Roma, donde se podría haber encontrado con éstos y muchos otros interlocutores, o a la COP26, en Glasgow, pero prefirió quedarse en casa, observar el Día de Muertos en su rancho, en Palenque. Tampoco quiso participar en la Asamblea General de la ONU y optó por su participación en el Consejo de Seguridad, donde no lo acompañó, como suele ocurrir en ese espacio eminentemente diplomático, ningún otro jefe de Estado. Ahora será diferente.
La agenda tampoco ayudará. En los tres temas existen divergencias entre México y nuestros dos grandes socios comerciales (y tendríamos que recordar que deberían serlo también políticos). En la lucha contra el covid, los dichos del presidente López Obrador en la sesión de la ONU lo muestran alejado de las posiciones de Estados Unidos y Canadá, donde terminó hablando de “los poderes transnacionales”, de la opulencia y la frivolidad como forma de vida de las élites políticas y económicas, y sostuvo que el modelo neoliberal “socializa pérdidas, privatiza ganancias y alienta el saqueo de los recursos naturales y de los bienes de los pueblos y naciones”.
La mejor metáfora sobre la distancia que existe en estos temas fue ver al presidente López Obrador utilizando en Nueva York la mascarilla que se niega a utilizar en México y que López-Gatell decía que era inútil, o reclamar por vacunas que en nuestro país las autoridades de salud se niegan a inocular en jóvenes y niños, llegando al extremo de ampararse legalmente para no hacerlo, una política de 180 grados distante a la aplicada en nuestros dos socios comerciales.
En la cooperación económica, el tema de la reforma eléctrica está más que vivo, lo mismo que distintos conflictos energéticos y mineros con empresas canadienses. México envió, apenas esta semana, a la secretaria de la Semarnat, María Luisa Albores, a la reunión de Glasgow, que fue calificada por organizaciones ambientalistas independientes que participaron en el encuentro como “la fósil del día”. Sin palabras.
Lo cierto es que, luego de que en México se descalificara al embajador Ken Salazar diciendo que Estados Unidos opinaría sobre la reforma energética cuando la conociera, el embajador, especialista en temas energéticos, ratificó la preocupación de su gobierno y de las empresas de su país respecto a la reforma, y lo hizo unas horas después de que se convocara la reunión de los tres mandatarios en Washington.
Sobre la crisis migratoria hay poco que agregar. Es uno de los mayores problemas que afronta la administración Biden, que está dispuesta a buscar acuerdos para legalizar a once millones de personas dentro de su país, pero que no puede cambiar las políticas fronterizas porque sería un suicidio político.

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