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Cleptólogos, cleptómanos y cleptócratas

Cleptólogos, cleptómanos y cleptócratas

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Por José Elías Romero Apis

En 1982, cuando llegué a trabajar en la PGR, escuché a los sabios cleptólogos decir que la corrupción era evolutiva. Mi primera reacción fue de incredulidad y hasta de desconfianza. Pero, pronto me convencí de su velocidad de mutación y de su automaticidad de inmunización

La corrupción mexicana ha sido tan pródiga, que ha enriquecido a los que la maquinan, los que la ejecutan, los que la dirigen, los que la apadrinan, los que la vigilan, los que la castigan, los que la delatan, los que la reprochan y los que la disfrutan.

En 1982, cuando llegué a trabajar en la PGR, escuché a los sabios cleptólogos decir que la corrupción era evolutiva. Mi primera reacción fue de incredulidad y hasta de desconfianza. Pero, pronto me convencí de su velocidad de mutación y de su automaticidad de inmunización.

La dura realidad me enseñó que la primera generación es la corrupción primitiva. La segunda, el escalamiento. La tercera, la diseminación. La cuarta, la titanización. La quinta, la cartelización. La sexta, la tecnificación. La séptima, la especialización. La octava, la insolencia. La novena, la aristocratización. La décima, es la entronización.

En aquel entonces, estábamos al final de la segunda e inicios de la tercera. Hoy, estamos comenzando la décima. Hemos recorrido 7 generaciones evolutivas en 7 sexenios. Algunas instituciones aún se encuentran en la tercera y otras ya van en la novena. Lo grave no es el promedio, sino la punta.

En un itinerario histórico, la corrupción tradicional fue de baja estofa. La mordida para el gendarme o el aduanero. Después surgió una segunda etapa de corrupción sistémica. Ya no consistió en pasar la maleta que se traía en el avión, sino en pasar el avión completo. La corrupción escaló pisos y pasó de la ventanilla de inspección a la oficina de jefatura.

Más tarde, se diseminó como una epidemia. En 1984 se hizo una reforma que enriqueció los erarios municipales. Yo fui de los que la aplaudió. No sé si arrepentirme de ello. Los alcaldes, antes miserables, se volvieron millonarios. Hoy, más de 100 alcaldes mexicanos podrían robar al año 300 millones de pesos, cada uno de ellos.

Más tarde hubo un crecimiento exponencial. El dinero perdió su valor y las cifras de la ratería aumentaron de manera increíble. Después, se cartelizó con estructura directiva, cuadros operativos, relación con otras corporaciones corruptivas, jefaturas de proyecto, entrenamiento y desarrollo de personal.

La sexta etapa se dio cuando hubo necesidad de tecnificar al corrupto. Cuando se requirió que fuera de los más expertos en su ramo, para operar con eficiencia, con comodidad y con seguridad.

De allí se pasó a una especialización corporativa. Cada dependencia empezó a tener sus correspondientes agentes dentro de la sociedad civil. Con capacidad organizativa. Con recursos financieros. Y con una penetración en las esferas del poder y del dinero hasta ahora incomparable.

Hasta hace 60 años no todos, pero muchos políticos apenas empezaban a cambiar las vacaciones en San José Purúa por el entonces internacional y exótico Acapulco. Después, sus gustos y sus costumbres se llenaron de sofisticación y de extravagancia.

Los cuartitos dobles en el Casino de la Selva se trocaron en las suites neoyorquinas y parisienses. Los vuelos en los avioncitos de Mexicana de Aviación se convirtieron en las travesías a bordo de los jets privados. La práctica del esquí en el club acapulqueño se canjeó por los yates fondeados en las marinas de Palm Beach, de Mónaco y de Marbella. Ésta es la novena etapa, la aristocratización de la corrupción.

Tengamos mucho cuidado con la décima etapa. Un importante estudio encargado al bufete profesional para el que trabajo clasificó 33 “virus” corruptivos mexicanos sólidamente cimentados, gravemente arraigados y peligrosamente inmunizados. Esa etapa es la rectoría nacional de la guarida. Aquella en la que los cleptómanos se conviertan en cleptócratas.

Los futuros gobernantes en las próximas generaciones tendrán que decidir entre ser ricos o ser respetables. Ser ratero es muy peligroso ante los honrados y ser honrado es muy peligroso ante los rateros. Si deciden ser muy ricos, deberán tener muy buenos abogados. Si deciden ser muy honrados, deberán tener muy buenos guardaespaldas.

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