Por José Elías Romero Apis
Han surgido dos versiones contradictorias sobre lo que sugieren el discurso oficial y la acción gubernamental respecto del crimen organizado.
En la versión “A”, muchas voces lo consideran como la complacencia de una permisividad, de una lenidad o hasta de una complicidad. Que han tratado a los cárteles con las gratas palabras y los benéficos actos que no han recibido ni los mexicanos ni los extranjeros ni los ricos ni los pobres ni los medianos, algunos de ellos injuriados y otros de ellos maltratados.
Por el contrario, en la versión “B” hay quienes consideran que eso no sea realmente un maridaje como lo parece, sino que, más bien, sea una derrota, una deserción o hasta una rendición. Argumentan que la respuesta de los cárteles no ha sido la de amigos ni la de socios. Casi a diario se han burlado del gobierno, lo han humillado y lo han ridiculizado como si fuera un gobierno incompetente, deficiente y hasta impotente.
Las dos versiones se contradicen, pero de todos modos te llamas Juan. Quizá no se pueda culpar a un Estado por no remitir la pobreza que él no instaló, por no ganar la guerra que él no provocó o por no superar el rezago que él no generó. Pero es innegable que, por lo mínimo, está obligado a aplicar la ley que el propio Estado expidió. Es muy doloroso decirlo, pero el gobernante que ni siquiera puede poner en vigencia sus propias leyes es que ya está perdido.
Los agüeros y los augurios son inquietantes. Hace 20 años dije en la Cámara de Diputados que la delincuencia organizada tiene 8 etapas progresivas. Desde luego, clamé en el desierto. Todos me aplaudieron, pero nadie me hizo caso. Expliqué que su primera etapa es la pillería tradicional. La segunda, la etapa corruptiva. La tercera, la organización corporativa. La cuarta es la transnacionalización.
La quinta es la deshumanización, en la que vivimos hoy. Crueldad innecesaria. Miles de ejecutados. Mutilaciones y decapitaciones. Matanzas cotidianas. Hemos recorrido cinco etapas evolutivas del crimen en tan sólo 40 años, de 1982 al 2022. Estamos ya no tan sólo ante una modalidad de violación de la ley, lo cual atañe a gendarmes y soldados, sino ante un método de subversión del sistema, lo que concierne a políticos y estadistas.
En la ya iniciada sexta etapa se está logrando desacreditar y debilitar al Estado de una manera punzante y cortante. Ya no se duda de la decencia de la policía. Ya se duda de la inteligencia del gobierno.
Mas tarde, se podría llegar a la politización, en la cual la organización criminal ya no pretende comprar ni vencer a la autoridad, sino sustituirla. Se ha dicho que, hasta hoy, han ayudado a ganar elecciones. No sé si eso sea cierto. Pero, de serlo, lo siguiente ya no será que las ayuden para otros, sino que las ganen para sí mismos. Todo aquel que ayuda a otro a ganar algo, siempre se da cuenta de que lo puede ganar para sí y no para el otro.
Y, por último, la etapa de la regencia. Ocupar el lugar de la autoridad y sus atribuciones. Sentar a alguien de su grey en el sillón de la autoridad. Regir la vida nacional.
Ya lo dijimos y hoy lo repetimos que una razón de su éxito es la seriedad. Las organizaciones delincuenciales han sido serias y no así las instituciones gubernamentales. En el lado del crimen, el que no cumple, desaparece o se muere. En el lado de la ley, el que no cumple, se ríe o asciende.
En la lucha de la ley contra el crimen no existe ni la tierra de nadie ni el tiempo perdido. Estos son una idea muy inocente de los muy ingenuos. El espacio que no ocupa la ley, siempre lo ocupa el crimen, pero nunca queda vacío. El tiempo tampoco es neutral. Siempre corre a favor o en contra, pero nunca se pierde.
En fin, ¿versión “A” o versión “B”? ¿O, de plano, Juan te llamas? Mal augurio y mal agüero. Hasta ahora, el espacio y el tiempo los ha ganado el crimen y los ha perdido la ley. El crimen no ha tenido ni un día ni una región perdidos. La ley no ha tenido ni un territorio ni un sexenio ganados.