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Por  José Buendía Hegewisch

Pacificación y resistencia

La promesa de pacificación se le escapa al gobierno de López Obrador porque su mapa no corresponde con las distintas violencias que atraviesan el país. La crisis de seguridad avanza por la geografía como un tren sin freno que arrolla a la 4T de una región a otra. Pero el Presidente no admite cambio a su estrategia por creer que sería regresar a la “guerra contra las drogas”, a pesar de que su proyecto se puede descarrilar, si no logra contenerla.

La palabra pacificación desaparece del discurso oficial como la parte extraviada del mapa. La inseguridad es uno de los grandes problemas que no ha podido descifrar porque su cartografía tiene varios planos de lectura. A la sociedad la recorren diversos tipos de violencia que no los resuelve la militarización por ser parte de ella ni las políticas paternalistas como dejar de actuar contra el crimen o pretender redimirlo con un “abrazo”. La aplicación de la ley con formas tradicionales de protección del padre de familia implica el riesgo de perder la brújula de la política de seguridad y justificar la violencia. Es una de las rutas que pone en duda su proyecto de transformación.

 El gobierno defiende una estrategia paternalista en seguridad con el descenso de los índices delictivos, que varían no sólo por su reducción, sino a causa de la renuncia de los ciudadanos a denunciar. Ante la inacción no sólo de la ley, sino de la justicia, optan por resistir otras violencias como la del crimen y las fuerzas de seguridad. La gravedad de los registros de confrontación desde la sociedad es cada vez más alarmante en la multiplicación de linchamientos, bloqueos y autodefensas que, hasta con palos, repelen al Ejército y a la policía.

 Tan sólo las últimas semanas dan cuenta de que la criminalidad no es la única forma de violencia que atraviesa a la sociedad y, por el contrario, la cruzan otras confrontaciones como deja ver el linchamiento de Daniel Picazo en Puebla, otro más de una lista exponencial de autojusticia fuera de la ley, o en Chiapas, el asalto de un grupo de ciudadanos armados en San Cristóbal, junto con las imágenes de otros grupos provistos de palos que bloquean y agreden a un convoy militar, sin olvidar las ejecuciones en Ciudad Juárez y en el Edomex.

El paternalismo en seguridad genera efectos contrarios a la protección del Estado, puesto que en los hechos desactiva a las instituciones y abandona a la sociedad a su suerte frente a los daños que el “manto protector” presidencial quisiera evitar.

Distanciarse de la “guerra contra el narco” no ha eliminado las violencias en el territorio ni el control de la plaza por algún cártel le devuelve la paz a una comunidad, como desacertadamente sugirió López Obrador. Por el contrario, no actuar contra el crimen deja sola a la ciudadanía frente a las violencias de todo tipo y abre la puerta a la ley del más violento que acaba por incluir a las propias víctimas.

¿Cómo puede evolucionar la resistencia ciudadana frente al delito y la violencia? Baste recordar que cada año –según datos oficiales– se trafica más de medio millón de armas desde EU. Su destino a las manos del crimen es el más fácil de determinar por la visibilidad del delito, pero es desconocida la forma como abastece a otras formas de violencia como la de la gente para defenderse.

En efecto, el mapa del narco y la manera de operar son conocidos por sus crímenes de alto impacto y el control de territorios; también las formas que toma la violencia en las acciones del Ejército contra éste con métodos incluso ilegales como la tortura, desaparición y ejecución. Pero esas violencias no ocurren en una guerra convencional ni en territorios delimitados, sino dentro de la misma sociedad. La gente forma parte de ella como víctima y la reproduce como autodefensa, no como costumbres culturales como ha llegado a decirse.

Por eso, conjurar inseguridad con tratos paternales sirve de poco frente a la violencia si no pasa por recuperar las instituciones de seguridad, inteligencia y justicia, que cada día están más sobrepasadas y corrompidas. La regeneración de la vida pública del discurso de la 4T tendría que comenzar por ahí, si no quiere que la crisis de seguridad inhabilite su proyecto de transformación o lo deje solo en un intento de cambiar el estado de cosas.

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