Por Yuriria Sierra
Asombro ante el horror
Hace poco más de treinta días, los noticiarios de televisión y radio, los diarios, portales… la conversación en general, encontró razón para el asombro y el horror al hablar de Caleb, un pequeño de tres años a quien las balas lo alcanzaron dentro de una iglesia en Fresnillo, Zacatecas.
Apenas hace un mes intentábamos comprender cómo es que la violencia era capaz de irrumpir en sitios que históricamente se han considerado un refugio. Más aun cuando hablamos de localidades donde la autoridad opera también bajo el techo de centros religiosos. Hace poco más de treinta días, los noticiarios de televisión y radio, los diarios, portales… la conversación en general, encontró razón para el asombro y el horror al hablar de Caleb, un pequeño de tres años a quien las balas lo alcanzaron dentro de una iglesia en Fresnillo, Zacatecas. Esa región del país que se ha convertido en el permanente escenario de una guerra no declarada, pero sí activa.
Cuatro semanas después, otro punto de la República: Cerocahui, un pueblo en la sierra Tarahumara con cerca de mil 100 habitantes, está al sur de Chihuahua, se llega a él después de seis horas en carretera. Precisamente, el mismo día en que la Secretaría de Seguridad Ciudadana hacía malabares con los datos del último índice de inseguridad para asegurar que el homicidio doloso había bajado, por la tarde, autoridades recibieron el reporte de tres asesinatos en aquella localidad chihuahuense. Por un enfrentamiento entre criminales, un hombre se habría refugiado dentro de una iglesia. Uno de los agresores lo siguió, ante el escándalo, dos sacerdotes que se encontraban dentro del templo indagaron qué sucedía, también les dispararon. Los tres hombres fueron asesinados dentro de la iglesia. Ya sabemos que la víctima que buscó refugió era un guía de turistas; también, que los clérigos eran jesuitas, Javier Campos Morales tenía 78 años y Joaquín Mora, 80, ¿qué daño hacían?
El horror no termina ahí, para la hora en la que se escriben estas líneas, ninguno de los tres cuerpos han sido localizados, fueron robados. Esto ocurrió el lunes por la tarde, ayer por la mañana, a pesar de su reunión diaria con el Gabinete de Seguridad, el presidente López Obrador sólo precisó: “Urique está en la sierra de Chihuahua, de Creel hacía adelante, por Temoris, por Chínipas; es una zona de bastante presencia de la delincuencia organizada. Parece que se tiene ya información sobre los posibles responsables de estos crímenes…”, porque a la autoridad le basta con zanjar la responsabilidad a los gobiernos anteriores o a los grupos criminales que no ha logrado contener. La gobernadora se expresó al respecto hasta después del mediodía y no hubo nueva información hasta la tarde. Ya se tiene identificado al responsable, sólo eso. Con seguridad, si logran su detención, ésta será rápidamente difundida por los canales oficiales, porque ante el avance de la inseguridad y la violencia, parece que a las autoridades sólo les queda presumir las detenciones, como si a eso se redujera la tarea de pacificación que prometieron.
Entre el crimen en el que perdió la vida el pequeño Caleb y en el que murieron estos dos sacerdotes jesuitas hay otras cientos de vidas de mexicanas y mexicanos a los que la Cuarta Transformación les falló. Vaya que este sexenio ha sido una constante prueba a nuestra capacidad de asombro ante el horror.