Por Pascal Beltrán del Río
La erosión del derecho
Andrés Manuel López Obrador tiene una relación complicada con la legalidad. Un día dice que nadie debe estar por encima de la ley y nada al margen de ella. Otro día afirma que si tiene que escoger entre la ley y la justicia, opta por la segunda. Y después advierte a los ministros de la Suprema Corte que no le vengan “con el cuento de que la ley es la ley”.
En los hechos, su paso por la Presidencia de la República ha significado el mayor desacato de las normas que se haya visto por parte de la autoridad en tiempos recientes.
El influyentismo y el conflicto de intereses que tanto dice detestar gozan de cabal salud. Y, para probarlo, ahí está la decisión de la Fiscalía Especializada en Materia de Delitos Electorales, dependiente de la FGR, de seguir pateando el bote en el caso de Pío López Obrador, el hermano del Presidente –sobre quien, hace ya casi dos años, se publicaron videos en los que recibe paquetes de dinero–, a pesar de que, el jueves pasado, un juez dio un plazo de 24 horas al Ministerio Público para definir si ejercería o no la acción penal. El viernes, inopinadamente, el fiscal José Agustín Ortiz Pinchetti, esposo de una ministra de la Corte, nominada por el Presidente, encontró elementos supervenientes para seguir investigando (ajá) y, así, no tener que definirse sobre el tema.
El respeto a la legalidad tampoco aparece cuando se trata de sacar adelante las obras emblemáticas de López Obrador. Este gobierno puede comenzar a construir un tren sin necesidad de elaborar proyectos de utilidad pública e impacto ambiental, y cuando el Poder Judicial concede suspensiones a quienes denuncian la afectación al suelo, la flora y la fauna, puede pasarse esos recursos por el arco del triunfo –con el pretexto de la “seguridad nacional”– y, peor aún, decretar la “ocupación temporal inmediata” de terrenos privados, por los que pasa el trazo de las vías, sin siquiera sentirse obligado a expropiarlos. Todo justificado, a criterio del Ejecutivo, porque se trata de “una obra pública importantísima”.
El incumplimiento de la ley por parte del mandatario ya contagió a quienes aspiran a sucederlo. Pese a las restricciones que creó la reforma política de 2007 –hecha para calmar su reclamo de que fue víctima de un fraude electoral el año anterior–, las corcholatas hacen campaña abiertamente, aprovechándose de la visibilidad que dan sus cargos públicos, cuando faltan casi dos años para que se celebren las elecciones presidenciales de 2024. Y así como nadie pudo evitar que promovieran la consulta de revocación de mandato, la pasada primavera, tampoco parece que este proselitismo anticipado vaya a costarles mayormente.
Y si así sucede en casa, ¿por qué no llevar la falta de respeto por las normas al terreno internacional, como se está haciendo con el acuerdo comercial de Norteamérica? El fin de semana, López Obrador aseguró que México no daría “ni un paso atrás” en su política energética, cuestionada por Estados Unidos y Canadá, pese a que el T-MEC –un tratado que él respaldó y que el Senado de mayoría morenista aprobó– prevé la aplicación de sanciones, en caso de que un panel de arbitraje encuentre que alguno de los socios ha favorecido indebidamente a sus empresas. Curiosamente, el Presidente se ha quejado de que gobiernos anteriores dieron preferencias a la compañía eléctrica española Iberdrola, pero hoy hace lo mismo con Pemex y la Comisión Federal de Electricidad, y hasta lo presume.
Los anteriores son sólo algunos ejemplos recientes de cómo se ha erosionado la legalidad durante el presente sexenio. Esto no ha ocurrido, como en otros tiempos, de manera sigilosa, sino con total descaro, sin reparar en el daño que provocan esas acciones a la convivencia social y al buen desarrollo de la economía nacional.
Como El Rey, de la canción de José Alfredo Jiménez, el Presidente ha decidido que puede hacer siempre lo que quiera, y que su palabra es la ley.
BUSCAPIÉS
Ayer, en la mañanera, el Presidente volvió a defender que sus conferencias estén plagadas de personajes que lo alaban y le hacen preguntas a modo. “El periodismo en época de transformación no puede estar en las medias tintas, no hay término medio”, justificó. Como en todo, es con él o contra él.