Por José Elías Romero Apis
En la vida común, hoy la física está muy legitimada y la magia está muy desprestigiada. Sin embargo, en la vida política, la magia está muy bien posicionada. Sólo así se entiende que muchas personas crean que el Estado, sus instituciones y sus funcionarios lo mismo pueden sustentarse en firme que flotar en el vacío.
Para la física no existe la levitación porque esta ciencia no reconoce ninguna fuerza que no sea la real. Para la magia, la levitación es una fuerza que existe en la mente o en la invocación. Para la política, nuestro primer pensamiento es que las instituciones y los funcionarios van a desplomarse por falta de sustento en cuanto a legitimidad, a potestad y a efectividad.
Sin embargo, un análisis más profundo nos previene y nos advierte sobre un posible embeleco colectivo. En verdad, ¿no tienen un sólido sustento? ¿No será que existen fuerzas invisibles que las sostienen en su imperfección premeditada?
La fuerza que sostiene al avión y al astro no la vemos, pero existe. Esos objetos no se sustentan en el vacío, sino que están sostenidos por una fuerza muy real y muy recia. En la política, como en la física, nada se sustenta sin explicación.
Va un ejemplo. La caída de un Metro es un tema de la física. La caída de un gobernante es un tema de la política. Pero, en ambos casos, algo tiene que sostenerlos. Si el Metro tiene los suficientes pernos, nunca se va a caer. Si el gobernante tiene el suficiente apoyo, nunca lo van a tirar. Isaac Newton y Nicolás Maquiavelo aprobarían esta modestísima conclusión mía.
Sin embargo, existe una oscura zona intermedia entre la física, la política y la magia. Se le llama truco y se basa en que no veamos la realidad y, por ello, imaginemos que una fuerza sobrenatural es la que actúa para la realización del prodigio.
Como otro ejemplo, veamos que 49 de las principales 50 especialidades del crimen mundial organizado necesitan la complicidad o la lenidad del Estado para existir, para sobrevivir, para funcionar y para medrar.
Pero, quisiera pensar que esta participación gubernamental es de medio pelo y que no involucra la participación presidencial en país alguno. Me sería difícil y doloroso creer y aceptar que Josep Biden o que Emmanuel Macron o que Vladimir Putin o que el jefe de cualquier gobierno estuviere embarrado en esa melcocha infesta.
No es que yo le apueste a la moral de funcionarios que ni conozco, sino que le apuesto a su inteligencia. Creo que, si un presidente fuera tan insaciablemente ratero, podría disponer de mil oportunidades para hacerse de más dinero del que jamás hubiera soñado, sin tener que enredarse con el crimen organizado.
Buscaría como socios cómplices a personajes distinguidos, elegantes y admirados, no a malandrines perseguidos, escondidos y rechazados. A los césares de ayer y de hoy siempre les gustan los patricios, pero no siempre les gustan los plebicios.
La criminocracia no es una marca mexicana, sino transnacional y envuelve a todos los países donde existe. No la sostiene la ley, pero cuenta con la venia oficial y tiene la aceptación popular. No todos quieren que desaparezcan las drogas ni las armas ni la trata de personas ni el tráfico de migrantes ni la piratería ni el contrabando ni la corrupción. No todos ven mal darse un pase o tener una pistolita o pagar el sexo o usar clones o comprar fayuca u ofrecer mordida. Total, que no se sostiene en el aire.
La política usa la fuerza de la realidad y de la acción. La magia usa la fuerza de la imaginación y de la invocación. El truco usa la fuerza de la ingenuidad y de la ilusión.
Como tercer ejemplo. En un siglo de nuestros vecinos, Roosevelt usó la política y los benefició más que nadie. Kennedy usó el truco y los ilusionó más que ninguno. Trump usó la magia y los defraudó más que cualquiera. Pensemos en cualquier político de cualquier país. Escojamos al que admiramos y al que queremos que imiten nuestros hijos. Con eso, sabremos quiénes somos nosotros. No es un sicoanálisis, pero es un espejo.