La serenidad del gobernante maya cuyo rostro asoma en el Relieve de Los placeres contrasta con la rocambolesca travesía de esta monumental pieza mexicana, arrancada de un antiguo basamento por ladrones que la trozaron para venderla en Estados Unidos.
La más reciente y última etapa de restauración del friso transcurre en la Sala Maya del Museo Nacional de Antropología (MNA), frente a los visitantes, quienes se detienen para mirar cómo los especialistas -de pie, estirados o en cuclillas para alcanzar las partes inaccesibles- recobran el cromatismo de la pieza, dañada durante un robo en 1968, y también cuando fue rescatada, un año después.
Dirigidos por Sergio González García, perito restaurador del museo, recuperan los colores originales del estuco, desde el anaranjado dominante, hasta el rojo oscuro que enfatiza los detalles, y los blancos y negros de las expresivas pupilas del personaje central, aparentemente un joven gobernante que asciende al trono, acompañado de dos ancianos que le ofrendan elementos asociados con la fertilidad.
MOSTRAR CICATRICES
Es la primera vez que los colores originales de la obra de 8.39 metros de largo por 2.48 metros de alto se muestran en público, que podrá apreciarla con las cicatrices del tiempo, pero sin las cicatrices del hurto, aclara González García en entrevista.
«En la restauración siempre encontramos esta disyuntiva: dejamos un objeto como si fuera nuevo, lo cual implica borrarle algunas huellas, o respetamos las cicatrices que le ha dejado el tiempo y buscamos un balance, un equilibrio».
González García considera que en las últimas décadas, entre los profesionales de la restauración, ha prevalecido la postura de respetar las marcas y las cicatrices del tiempo.
«Pero también tenemos que diferenciar cicatrices», advierte, «porque en este caso tenemos una pieza con deterioros por el intemperismo, por daños que le provocó la naturaleza, y hay otro tipo de deterioros producidos cuando la robaron y cortaron con serrucho para desprenderla.
«La parte del deterioro natural quisimos estabilizarla, y la que corresponde al deterioro humano restaurarla, de forma que no quede memoria ni huella de esos aspectos tan negativos por los que transitó la pieza», detalla.
Los criterios de intervención, precisa, se determinaron de manera colegiada e interdisciplinaria en el INAH.
CONOCEDORES
El Relieve de Los Placeres fue cortado en 48 fragmentos por manos que González García considera expertas, conocedoras de la técnica para desprender el friso policromado, el cual pudo permanecer en la parte superior de una edificación maya, pues la inferior probablemente estaba provista de vanos para ingresar a ella.
Sin el contexto ni los datos arqueológicos que se perdieron debido al saqueo, es incierta la procedencia y función de la pieza, pero de acuerdo con la información disponible de la arquitectura maya, así como el estilo y materiales del relieve, se considera perteneciente a una edificación del sitio arqueológico Los Placeres, al sur de Campeche, indica González García.
Aunque conocedores, los responsables del saqueo cometieron errores, señala el restaurador.
«Su principal error fue usar, durante el desprendimiento, un polímero que resultó muy difícil de eliminar», detalla.
Con ayuda del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, y un equipo coordinado por Nora Pérez, se determinó que el friso fue cubierto con Mowilith, un polímero que permitió a los saqueadores fragmentarlo sin disgregarlo, para después embalarlo y transportarlo a Estados Unidos en avioneta.
Quizá planearon eliminar pronto el polímero, pero sus planes se frustraron cuando ofrecieron la pieza al Museo Metropolitano de Arte de Nueva York y su director, Thomas Hoving, consideró necesario informar al entonces titular del MNA, Ignacio Bernal.
«Él no quiso comprarla, le pareció un exceso, le pareció como si comprara una parte del Partenón y dijo que no estaba bien», relata González García.
Los saqueadores, que al parecer no fueron capturados, dejaron registro fotográfico del robo en imágenes que circulan en internet, mismas que aportaron valiosa información a los especialistas para el estudio de la obra.
UNA INTERVENCIÓN ERRÁTICA
Una vez en el Museo Nacional de Antropología, en 1969, el friso se rearmó en la Sala Maya y se le proporcionó un tratamiento que lo renovó, sin rescatar la policromía original ni retirar el polímero usado por los saqueadores, expone el perito restaurador González García.
«Toda la pieza se veía entonces opaca y sucia», prosigue el especialista, quien manifiesta su asombro por la recuperación de color que se ha logrado en este proyecto de restauración.
«Reencontrar que después de tantos años siguen los colores tan vivos y estables, es sorprendente.
«Es de las pocas piezas de ese periodo clásico, de ese esplendor de la cultura que tenemos en el museo, porque las mejores obras del arte maya están en museos extranjeros que se robaron desde antes y no se han podido recuperar», señala.
Por su técnica y factura, González García opina que esta pieza es una de las más destacadas del área maya que ha conocido hasta ahora y a la cual distingue también el realismo y expresividad que lograron plasmar los artistas mayas.
«El personaje central muestra una expresión muy serena. Es extraño encontrar esas expresiones; lo más común es fuerza».
Serenidad que, en este caso, ha demostrado también ser fuerza: la de perdurar.