Por Pascal Beltrán del Río
Con los médicos toparon
Rectificar es un acto tan ocasional en la conducta del presidente Andrés Manuel López Obrador como un eclipse en el movimiento de los astros.
Cuando recibe críticas, lo que generalmente hace es doblar la apuesta. Por ejemplo, ante el bloqueo de su iniciativa de reforma constitucional en materia eléctrica por parte de la oposición, el mandatario no optó por negociar un texto que pudiera alcanzar la mayoría calificada –como había insinuado el líder de mayoría en la Cámara de Diputados–, sino que tomó la derrota legislativa para, enseguida, endilgar a sus “adversarios” la etiqueta de “traidores a la patria”.
Por eso es desusado que, en su conferencia matutina del miércoles, haya anunciado que dará a conocer la próxima semana qué puestos del sector salud están vacantes, y que se abrirá la convocatoria a los médicos mexicanos, cuando ya había asegurado que no existía el personal nacional suficiente y que había que llenar esas posiciones con médicos importados.
¿Qué pudo haber pasado para que el Presidente haya rectificado y tomara una decisión con la que, evidentemente, debió haber comenzado?
Quiero pensar que escuchó los argumentos de quienes le dijeron que no es que falten médicos mexicanos ni que éstos se opongan a atender en regiones apartadas del país, sino que hay causas de fondo –como la dispersión geográfica, la falta de presupuesto e infraestructura y la inseguridad–, que tendrían que tomarse en cuenta antes de sacar conclusiones sobre las deficiencias que tiene el sistema de salud y los cuales no se resuelven trayendo médicos cubanos.
Además, ¿de qué servirían 500 galenos ante la pérdida de servicios de salud que, entre 2018 y 2020, sufrieron 15.6 millones de mexicanos, a decir del Coneval? También me gustaría creer que se acordó de que todos tenemos un doctor de cabecera que nos ha sacado de apuros en algún momento, en medio de la noche, o le ha salvado la vida a algún ser querido.
Pero no. El Presidente no es de los que se dejan convencer cuando tiene una idea fija, sobre todo después de anunciar la firma de un acuerdo con Cuba.
Probablemente cayó en cuenta –o alguien se lo hizo ver– que ya tiene suficientes frentes abiertos como para ahora echarse encima a un gremio como el de los médicos, que ha reaccionado ante las críticas recibidas con un claro cierre de filas.
AquíEstoy fue el hashtag con el que mujeres y hombres de bata blanca acudieron a las redes sociales cuando el Presidente los acusó de ser neoliberales comodinos, recelosos de ayudar durante la pandemia e incapaces de llenarse los zapatos de tierra.
Por supuesto, es posible que López Obrador quiera mostrar a todo el mundo que es puro cuento eso de que haya médicos suficientes para llenar las posiciones que él ya tenía destinadas a los cubanos, o que, en caso de haberlos, quieran hacerlo.
Pero, así como no suele escuchar razones, tampoco se siente obligado a probar nada. Si fuera así, ya habría dado a conocer el índice alterno al PIB que prometió hace dos años –que incluiría la medición de la felicidad de los mexicanos– o las supuestas pruebas de corrupción en los fideicomisos.
La explicación tiene que ser, pues, la fuerte reacción gremial y la simpatía que hay por los médicos en la sociedad mexicana, sobre todo después de la forma en que se fletaron para atender a los enfermos de covid, aun a costa de su propia salud.
Habrá que esperar lo que se informe el próximo martes para conocer el desenlace de esta historia y sacar conclusiones.
El Presidente no es aficionado a los dilemas, a menos que sea él quien se los cree a otros, como lo acaba de hacer con Joe Biden y la Cumbre de las Américas. Por eso me cuesta trabajo imaginarme a López Obrador llamando al presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, para decirle que siempre no necesita de sus servicios.
Aunque quizá tampoco se imaginó el presidente Adolfo López Mateos que –a diez días de entregar el poder a quien fue su colaborador favorito, Gustavo Díaz Ordaz– la exigencia de los médicos del ISSSTE de que les pagaran aguinaldos atrasados se convertiría en un movimiento de protesta que tardaría diez meses en apagarse.