La escarificación facial era una práctica en Nigeria.
BBC News/Mundo
Las familias y las comunidades tallaban cortes profundos en los niños, generalmente en ambas mejillas o en la frente, principalmente como una marca de identidad.
Las marcas también contenían historias de dolor, reencarnaciones y belleza.
Esta práctica, sin embargo, se ha ido desvaneciendo desde que una ley federal prohibió todas las formas de mutilación infantil en 2003.
Así que aquellos que llevan actualmente marcas faciales son la última generación: sus rayas son tan variadas como los muchos grupos étnicos que hay en Nigeria.
Los 15 cortes en el rostro de Inaolaji Akeem (arriba) lo identifican como alguien del reino de Owu, en el estado de Ogun, en el suroeste de Nigeria.
Akeem nació en la realeza, por lo que tiene rayas largas en la cara.
«Es como una camiseta de fútbol», bromea, y agrega que estas lo hicieron popular en el mercado local.
Hablando en serio, Akeem dice que considera que las cicatrices son sagradas y no cree que las personas deban marcar su rostro solo para embellecerlo.
Esta necesidad de identificación a través de marcas faciales también era fuerte en el norte de Nigeria, especialmente entre el pueblo Gobir, del estado de Sokoto.
Los antepasados de Ibrahim Makkuwana, pastores de Gubur en la actual Sokoto, no tenían marcas faciales. Pero, dijo, mientras se trasladaban en busca de tierras de cultivo, «pelearon muchas batallas y conquistaron muchos lugares».
Luego decidieron hacer marcas distintivas en sus mejillas, «similares a las que tenían sus animales, que les ayudarían a identificar a sus parientes durante las batallas», dice Makkuwana.
«Ese fue el origen de nuestras marcas», le dice a la BBC.
Pero también hay una distinción entre los gobirawas.
Los que tienen seis cicatrices en una mejilla y siete en la otra tienen ambos padres de la realeza. Los que tienen seis marcas en ambos lados solo tienen a sus madres de la familia real.
Luego están los hijos de carniceros, con nueve cicatrices en un lado y 11 en el otro, mientras que los que tienen cinco y seis marcas en cada lado remontan su linaje a los cazadores.
En cuanto a los pescadores, tienen marcas distintivas dibujadas hasta las orejas.
Mientras tanto, entre los yorubas e igbos del sur de Nigeria, algunas marcas están vinculadas a la vida o la muerte.
En sus comunidades existía la creencia de que algunos niños estaban destinados a morir antes de la pubertad.
Conocidos como Abiku y Ogbanje respectivamente por los dos grupos étnicos, los yoruba creían que estos niños pertenecían a un aquelarre de demonios que vivían en grandes árboles iroko y baobab.
Era común que las mujeres perdieran varios hijos a una edad temprana en sucesión, y se pensaba que era el mismo hijo, reapareciendo una y otra vez para atormentar a su madre.
Luego, se marcaba a esos niños para hacerlos irreconocibles para sus compañeros espíritus, para mantenerlos con vida.
Ahora se sabe que muchas de estas muertes infantiles eran causadas por anemia de células falciformes, un trastorno hereditario común entre las personas de raza negra.
Yakub Lawal en Ibadan, en el suroeste del estado de Oyo, fue marcado como Abiku.
«Esta no es mi primera estancia en la Tierra, he estado aquí antes», dice.
«Morí tres veces, y en mi cuarto regreso me hicieron estas marcas para evitar que volviera al mundo de los espíritus», agrega.
Estrechamente relacionados con las historias de Abiku y Ogbanje están aquellos cuyas marcas son en memoria de un familiar fallecido o uno que ha «renacido».
Las cuatro marcas horizontales y las tres verticales de Olawale Fatunbi fueron hechas por su abuela, quien dijo que era una reencarnación de su difunto esposo, quien tenía esas cicatrices faciales.
Pero Fatunbi desearía no tenerlas.
«Realmente no me gustan porque lo veo como abuso infantil, pero es nuestra cultura», dice.
Con 16 marcas en su rostro, es difícil pasar por alto a Khafiat Adeleke. Aún más difícil de pasar por alto es el enorme letrero en su tienda en Ibadan, que dice Mejo Mejo (Ocho Ocho), para representar las cicatrices en sus mejillas.
«La gente me llama Mejo Mejo desde aquí hasta Lagos».
«Me las hizo mi abuela porque soy hija única», dice.
Algunas cicatrices están hechas por motivos estéticos.
Foluke Akinyemi fue marcada cuando era niña. Le hicieron una profunda incisión en cada mejilla supervisada por su padre a manos de un circuncisor local, quien también hacía cicatrices faciales.
«Mi padre tomó la decisión de hacerme unas marcas por el simple hecho de hacerlo y porque pensó que era hermoso».
«Me hace destacar y agradezco a mis padres por habérmelas hecho», dice ella.
La historia de Akinyemi es similar a la de Ramatu Ishyaku de Bauchi, en el noreste de Nigeria, que tiene pequeñas laceraciones en forma de bigotes a ambos lados de la boca.
«Es por que son bellas», dice, y agrega que también se tatuó la cara casi al mismo tiempo.
Cuando era niña, las marcas y los tatuajes en forma de bigotes eran populares en su pueblo y ella y sus amigas iban al peluquero local para que se los hicieran, agrega.
Las marcas en el rostro de Taiwo ahora se están desvaneciendo, pero el recuerdo de por qué fue marcada aún perdura.
Cuando su hermana gemela murió a las pocas semanas de su nacimiento, Taiwo se enfermó y un curandero tradicional recomendó marcarle la cara para evitar que se uniera a su gemela.
Ella mejoró a los pocos días de la escarificación, dice, pero eso no ha hecho que ame las marcas en su rostro.
«Te hace ver diferente a cualquier otra persona, prefiero no tener ninguna marca en la cara», dice.
También están aquellos como Murtala Mohammed en Abuja que no conocen la historia detrás de sus marcas.
«Casi todos en mi pueblo en el estado de Níger tenían uno, así que nunca me molesté en preguntar», dice.
Las marcas faciales eran hechas por circuncisores locales y peluqueros como Umar Wanzam, usando cuchillas afiladas.
Él las describe como una experiencia dolorosa realizada sin anestesia.
Muchos de los que, como Akeem, fueron marcados cuando eran niños, están de acuerdo en que fue correcto detener la escarificación facial.
Él no transmitió la tradición a sus hijos incluso antes de que fuera prohibida.
«Me encantan las marcas, pero pertenecen a una época diferente», dice.