La historia suedió en los años veinte del siglo pasado
Corría el año 1918 cuando el millonario y empresario Fred Oesterreich dormía intranquilo por las noches en su enorme casona de Milwaukee, en Estados Unidos.
La causa de sus sueños alterados no eran ni sus ocupaciones como dueño de una fábrica de delantales, ni tampoco su esposa Walburga Korschel de Oesterreich, una joven de origen alemán que descansaba a su lado, sino más bien la sensación casi tangible de que había un fantasma en la vivienda.
El hombre escuchaba ruidos provenientes del ático que estaba sobre el dormitorio, y veía cruzar, de vez en cuando, una sospechosa sombra por la puerta de la habitación.
Pero el ente fantasmagórico no era tal. Y el señor Oesterreich comprobaría tiempo después, de la peor manera, que hubiera sido mejor tener un espectro en su hogar que lo que realmente habitaba su altillo.
Es que, desde hacía unos años, en ese desván del que provenían los sonidos extraños se encontraba oculto Otto Sanhuber, un muchacho especializado en el arreglo de máquinas de coser que era también el cotidiano y más que consumado amante de la señora Oesterreich.
Se sabría a su tiempo que la mujer, conocida también como ‘Dolly’, había mantenido oculto de los ojos de su marido, en el ático de la misma casa, a su joven ‘querido’. Y lo había hecho durante casi 10 años.
Fue en la década del 20 y como consecuencia de una tragedia, que esta historia explotó en la prensa estadounidense, el caso fue conocido en todo el país como el de “el hombre murciélago”, en referencia a la particular década que vivió Sanhuber en el altillo de los Oesterreich. Y, para colmo, no lo hizo en una, sino en dos ciudades distintas.
Un matrimonio insatisfactorio
Oesterreich, propietario de una próspera fábrica de delantales en Milwaukee, estado de Wisconsin, y Dolly, una joven y atractiva inmigrante alemana, contrajeron matrimonio a principios del siglo XX. En los primeros años de la pareja todo parecía ir bien. No les faltaba nada. Pero con el tiempo, la empresa empezó a requerir más y más tiempo de Fred.
Además, parece que las constantes ausencias y la afección del empresario por la bebida traían un efecto no deseado para la pareja.
Dolly no se empezó a sentir satisfecha por su esposo, así que la señora de Oesterreich buscó en otros brazos contrarrestar esta carencia.
Hastiada y en la soledad en su casona, una tarde de 1913, la mujer, que contaba con 26 años y pasaba las horas cosiendo, se encontró de golpe con que se le había roto la máquina. Le pidió por ello a su marido que por favor le enviara de la fábrica de delantales a algún empleado que pudiera solucionarle el problema.
Entonces, el señor Oesterreich envió a su casa a quien sería, de algún modo, su propio caballo de Troya. Se trataba del operario de su fábrica Otto Sanhuber, que, pese a su corta edad de 17 años, era especialista en arreglar máquinas de coser.
La crónica del caso de los Oesterreich que hace el diario ‘Los Angeles Times’ señala que cuando el muchacho llegó a la casa de su jefe, se encontró con la señora Dolly esperándolo con ansias. Y no precisamente por el arreglo de la máquina. Ella se encontraba con una bata de seda, medias y unas gotas de perfume.
Y él, sin más, sucumbió a la tentación.
El amante en el ático
A partir de ese primer y pasional encuentro, el romance entre el joven operario y la mujer del empresario de los delantales continuó en sucesivas y acaloradas citas clandestinas, tanto en hoteles como en la propia casa de los Oesterreich.
Pero la gente comenzó a sospechar de esa relación. En especial, los vecinos del barrio de Dolly, que no se creyeron del todo la historia contada por ella de que Otto era un “medio hermano sin hogar”.
Fue entonces cuando a la mujer se le ocurrió su innovadora idea.
Ambientó el ático de su vivienda, que su marido jamás visitaba, y le solicitó a Sanhuber que se quedara a vivir allí. El joven, que no tenía familia, ni demasiadas cosas afuera que le importaran, decidió aceptar la invitación.
De este modo, durante las prolongadas ausencias del señor Oesterreich, los amantes daban rienda suelta a sus deseos carnales sin levantar la menor sospecha en el vecindario. Y cuando Fred estaba presente, Sanhuber aprovechaba su tiempo para leer en el ático. Y para escribir. De hecho, publicó con un seudónimo varias historias del estilo ‘pulp fiction’.
La historia de este joven escritor y amante con cama adentro, aunque parezca mentira, duró cinco años en Milwaukee, pero continuó en otra ciudad.
En 1918, molesto por lo que seguro era la presencia de un ente sobrenatural en la casa, el señor Oesterreich decidió mudarse lejos.
Ese mismo año, Fred y Dolly se instalaron en Los Ángeles, California. Prácticamente, la otra punta del país. La única condición que había impuesto ella para mudarse tan lejos fue sencilla: que su nuevo hogar contara con un ático. Así, el ‘fantasma’ de Milwaukee atravesó los Estados Unidos para volver a estar bajo el mismo techo que su amada.
De esta manera, el particular triángulo amoroso continuó de la misma forma, pero en una jurisdicción distinta.
Los desacuerdos conyugales entre Fred y Dolly se volvieron cada vez más incontrolables y el 22 de agosto de 1922, ambos se enfrascaron en una violenta pelea.
Al escuchar el incidente desde el ático, Sanhuber temió por la vida de su enamorada y bajó a defenderla llevando consigo dos pistolas calibre 25.
Fred se enfureció cuando descubrió que su antiguo empleado estaba como inquilino clandestino en su hogar. Ambos se trenzaron en una lucha cuerpo a cuerpo que finalizó cuando el dueño de casa recibió un disparo en el abdomen y murió.
En un desesperado intento para no caer en prisión, Otto y Dolly idearon a toda prisa una coartada.
Ella le quitó un reloj de diamantes a su marido, lo escondió y le pidió a su amante que la encerrara en el armario y que se esfumara por un rato de allí. La mujer comenzó a gritar desde su encierro, hasta que sus llamados de auxilio fueron escuchados por los vecinos, y estos llamaron a la policía.