Por Leo Zuckermann
La deriva autoritaria de López Obrador
Siempre he dudado de las credenciales democráticas de López Obrador. Cuando le conviene las instituciones de la democracia para su proyecto político, las acoge sin ningún problema. Sin embargo, cuando les son adversas, las condena con todo rigor.
A lo largo de su historia política, ha sido muy consistente en demostrar semilealtad con la democracia liberal. Eso es lo que explica por qué el Presidente a veces parece un personaje democrático y a veces autoritario.
Me temo que, conforme se acerca el final de su sexenio, lo que estamos viendo es la aparición del López Obrador más autoritario que democrático.
¿Por qué lo digo?
Primero, cada vez le transfiere más cosas de su sexenio a las Fuerzas Armadas con el objetivo, según él, de que los futuros gobernantes no puedan echarlas para atrás. Ha sido el caso del Aeropuerto Felipe Ángeles, del Tren Maya, de las obras del Istmo de Tehuantepec y de la Guardia Nacional.
Lo que el Presidente quiere es que los soldados y marinos las administren para que los próximos gobernantes civiles no puedan tocarlos, ya que se estarían metiendo con los intereses de una burocracia armada. Esta creencia de López Obrador es profundamente antidemocrática. Si mañana los votantes eligieran a un candidato que tiene una agenda para privatizar las obras de López Obrador y/o desmantelar la Guardia Nacional, ¿por qué impedírselo dándoselas al Ejército o la Marina?
El propio López Obrador canceló la obra del aeropuerto en Texcoco, una de sus promesas de campaña. Quizá no hubiera podido hacerlo si las Fuerzas Armadas hubieran sido las constructoras y administradores de este proyecto, aunque él hubiera ganado legítimamente en las urnas. ¿Hubiera sido esto democrático? Claro que no.
Segundo, el Presidente cada vez aparece más autoritario con su actitud de my way or no way. O se hace lo que él quiere o no se hace nada. No le cambien ni una coma a sus iniciativas de ley. Sólo sus chicharrones truenan. No se debe negociar ni un ápice con la oposición.
Además, todo aquel que se atreve a tener una opinión diferente a la suya es un adversario vendido, corrupto, traidor a la patria, defensor de los intereses de las empresas extranjeras. En el mundo de López Obrador no hay posibilidad de disentir en buena fe. Él se cree dueño de la verdad y único defensor de la soberanía nacional.
Tercero, cuando le conviene, López Obrador es el adalid del Estado de derecho. Cuando no, se pasa la ley por el Arco del Triunfo.
Ahora con la Guardia Nacional, mediante un decreto presidencial o una ley secundaria, como en el caso de la industria eléctrica, pretende cambiar las reglas, aunque éstas contradigan lo que ordena la Constitución.
López Obrador siempre quiso que la Guardia Nacional estuviera adscrita a la Secretaría de la Defensa Nacional. Sin embargo, la oposición en el Congreso solicitó que estuviera subordinada a un mando civil dentro de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana. Con el fin de conseguir los votos opositores, el gobierno aceptó esta condición. Sin embargo, en los hechos, el Ejecutivo la puso a las órdenes del Ejército.
El Presidente quiere, ahora, hacer de jure lo que ya ocurre de facto. Pero no tiene los votos en el Congreso para reformar la Constitución. No le importa. Él va a cambiar las normas por decreto o utilizando su mayoría en el Legislativo modificando las leyes secundarias. Si la Constitución estorba, pues que se joda la Constitución. Otra actitud más de corte autoritario.
Cuarto, conforme pasa el sexenio, el Presidente cada vez se acerca más a las Fuerzas Armadas. Le encanta la institución castrense que le dice que “sí” a todas sus ocurrencias. Su fascinación es con un modelo de gobierno vertical, jerárquico, donde él manda y las cosas se hacen, aunque no tengan sentido alguno. Si por él fuera, le daría el control de todo el gobierno federal a los soldados y marinos.
Su sueño es un gobierno militar con él a la cabeza. No le interesa la división de Poderes, sino la imposición de las políticas públicas desde un Ejecutivo sin contrapesos. Nada tiene eso de democrático y sí mucho de autoritario.
Tiene razón Denise Maerker con lo que dijo ayer en Tercer Grado: “Son las prisas del Presidente las que lo han llevado a esta deriva autoritaria. Ha renunciado a ejercer el poder de manera democrática porque eso le estorba para terminar con sus proyectos durante este sexenio”.
Lo que viene, entonces, es un cierre de gobierno muy complicado con un Presidente cada vez más autoritario.