Por Yuriria Sierra
Jugar con la esperanza
Extraña la medición del tiempo en la Cuarta Transformación. Extraño también el uso indiscriminado, inhumano, que le dan a la esperanza. Por un lado, llevamos 15 días escuchando a Laura Velázquez, titular de Protección Civil, dando parte de las acciones que realizan para rescatar a los diez mineros atrapados en la mina El Pinabete. En su última participación, vía remota durante la conferencia de Palacio Nacional, se limitó a informar que la asesoría alemana consultada avaló su plan de rescate y que la estadunidense aseguró que se cuenta con el equipo necesario para concretarlo.
Al paso de los días, todos los involucrados en esta operación se han limitado a subrayar que, por ahora, sólo importa sacar a los diez trabajadores. Nos dicen que ya después vendrán las investigaciones, como si fuera una misión imposible avanzar en las dos rutas. Y en estas dos semanas, ni el rescate ni la investigación. Los pozos volvieron a inundarse cuando estaba a punto de realizarse una nueva inmersión y las autoridades, de todos los niveles de gobierno, sólo ofrecen limitadas explicaciones. Entre el dolor que el momento representa, son los familiares quienes han mostrado mayor sensatez y ecuanimidad, han expresado estar listos para cualquier noticia, pero no llega ninguna, por dolorosa que sea. Ni razones ni caminos que garanticen explicaciones y consecuencias del porqué una mina no apta para su excavación estaba en funciones.
“Cuando pudieron haber entrado, no entraron. Ahorita ya está otra vez inundada. Se va todo para abajo, quisiéramos tenerlos acá, fuera, como sea, pero que ya estuvieran acá con nosotros…”, le dijo María Guadalupe, hermana de Margarito Cabriales, uno de los diez mineros atrapados, a Magda Guardiola, corresponsal de Imagen Noticias. Y es que las familias exigieron desde los primeros días que se solicitara ayuda internacional para el rescate.
Y mientras esto ocurre, también en la señal de televisión, hemos dado parte de al menos dos rescates. En Colombia nueve mineros regresaron a ras de tierra tras pasar dos días bajo los escombros de una mina que operaba de manera ilegal; en República Dominicana, dos mineros atrapados durante diez días están ya de vuelta a casa. En México, van por el día dieciséis y aún nada, sólo declaraciones que apelan más a la exhibición pública.
Y este camino es también el que Andrés Manuel López Obrador ha elegido para otros dolorosos pendientes. Desde hace meses anunció un informe sobre la investigación de Ayotzinapa. El tema fue una de sus promesas de campaña. Lo repitió, en marzo, en abril, en junio pasado. Fue hasta ayer que Alejandro Encinas ofreció una conferencia de prensa tras una reunión con los padres de los 43 jóvenes normalistas: “No hay indicio alguno de que los estudiantes se encuentren con vida. Por el contrario, todos los testimonios y evidencias acreditan que éstos fueron arteramente ultimados y desaparecidos…”, expresó. También calificó la desaparición de los normalistas como un crimen de Estado y que la FGR tiene indicios para iniciar acciones que deslinden responsabilidades. Sugirió que un militar infiltrado en la Normal de Ayotzinapa pudo ser la vía para evitar la “Noche de Iguala”, pero desapareció y ninguno de sus mandos lo buscó.
Al momento en que se escribe esta columna, pocas han sido las reacciones de los familiares de los 43 jóvenes. En entrevista con Azucena Uresti, Vidulfo Rosales afirmó que este informe sólo reconoce que hay autoridades involucradas, pero que la investigación avanza a paso lento. Aunque, seguro, hoy en Palacio Nacional escucharemos una vez más que se hace y avanza como nunca. Líneas discursivas para presumir, pero que para las familias en realidad no son nada, porque ante la falta de certeza sobre el destino de los estudiantes (o los mineros, por ejemplo) tendrían ya que estar hablando también de las consecuencias contra quienes permitieron que estos episodios existieran, así se trate de los clientes recurrentes de las minas que operan en la ilegalidad.