Por Pascal Beltrán del Río
Corcholatas vs. taparroscas
Desde hace varias semanas he comentado aquí que la oposición se estaba equivocando con la estrategia de dejar solo al oficialismo en la pista de la carrera presidencial de 2024 bajo la lógica de que no había que “hacer el juego” a Andrés Manuel López Obrador, quien ha adelantado la competencia de la sucesión como no lo había hecho presidente alguno.
En corto, algunos panistas, priistas y perredistas me han confesado que temen que se hagan públicos los perfiles de los aspirantes, porque el gobierno se esmeraría en cortarles la cabeza antes de que despunten en las encuestas.
Esa visión siempre me ha parecido un error por dos razones: primero, porque una candidatura presidencial requiere de un alto nivel de conocimiento entre los ciudadanos; segundo, porque cualquiera que quiera representar a la oposición en la boleta electoral será blanco tarde o temprano de ataques por parte del oficialismo.
Quizá porque esperar el “mejor momento” no tiene sentido alguno cuando las corcholatas llevan un año o más haciendo campaña, distintas figuras de la oposición han comenzado a manifestar su intención de competir en la elección de 2024.
Por cierto, ayer el presidente López Obrador se sintió obligado a explicar por qué llama corcholatas a quienes, según él, tienen posibilidades de sucederlo dentro de dos años. El mandatario dijo que la expresión —“que nuestros adversarios usan de manera despectiva”— se la copió a su paisano Leandro Rovirosa Wade, quien, como miembro del gabinete del presidente Luis Echeverría, hizo pública, en abril de 1975, una lista de posibles sucesores. Eso contó, como si la anécdota, de los tiempos del PRI autoritario, volviera más amable el apodo.
Desde luego, la enorme mayoría de los opositores que se han autodestapado no llegará al final de la carrera. Sin embargo, su anuncio contribuye a crear una discusión donde hasta ahora sólo ha habido monólogo, porque las corcholatas se han limitado a manifestar su lealtad al Presidente, sin atreverse a expresar ya no digamos desacuerdos con la forma de gobernar de López Obrador —eso no lo harán nunca, porque la independencia de criterio equivale a perder la candidatura—, sino incluso ideas propias.
Durante un año, el único opositor que ha aparecido en las encuestas de preferencia electoral ha sido el exsecretario de Turismo, Enrique de la Madrid, y eso se debe a que no ha habido otro que se haya atrevido a retar la continuidad de Morena en 2024, la cual ayer dio por hecho López Obrador, “porque, sea quien sea el candidato del movimiento, garantiza que va a continuar la transformación”.
Como le digo, eso ha empezado a cambiar. En días recientes se han anotado como aspirantes presidenciales la senadora priista Beatriz Paredes, el diputado panista Santiago Creel y los gobernadores de Yucatán y Querétaro, Mauricio Vila y Mauricio Kuri, militantes también de Acción Nacional.
El activismo opositor se incrementará en los próximos días con la publicación de una lista de todos los presidenciables que podrían recibir el apoyo de la Alianza por México, conformada por PRI, PAN y PRD, quienes comenzarían a recorrer los estados para hacer un diagnóstico de los problemas que enfrenta el país y proponer soluciones a los mismos.
Los opositores tienen un largo trecho que recorrer, sin duda. No está claro si el tiempo les vaya a alcanzar, ya que están arrancando de forma muy tardía. Como le digo, las corcholatas llevan meses en la autopromoción de sus aspiraciones y eso es más que evidente en las encuestas.
No obstante, tienen la ventaja de no requerir —como aquéllas— de un destapador. Como las taparroscas, pueden abrirse solas y opinar libremente sobre los temas que acongojan a los ciudadanos, sin preocuparse de que los regañen en la conferencia mañanera o los dejen sin candidatura.
Quién quita y entre ellos aparezca un perfil que convenza a los ciudadanos y se vuelva una opción competitiva en una contienda que hoy se ve como un día de campo para el oficialismo.