Por Francisco Garfias
No busco venganza: Rosario Robles
La cita con Rosario Robles era a la una de la tarde en su modesta casa de Los Reyes, Coyoacán, donde ha vivido desde que la conocí en sus tiempos de perredista y cuando usaba lentes. Pensé que cuando abrieran la puerta me iba a encontrar con una mujer disminuida, resentida por los tres años que pasó en Santa Martha Acatitla —sin sentencia— por un delito que no amerita prisión preventiva: ejercicio indebido de la función pública. Me equivoqué. Me sorprendió el buen aspecto de la exjefa de Gobierno de la Ciudad de México, quien a la hora del encuentro cumplía aproximadamente 135 horas de libertad.
Llevaba el pelo suelto, bien peinado, un vestido negro con estampado de flores. Calzaba botas oscuras. No se le notaba maquillaje. La sonrisa era de oreja a oreja. Nada que ver con la mujer de pelo recogido y suéter rojo que vimos a la salida del reclusorio, donde pasó poco más de tres años encerrada.
La había visto personalmente, por última vez, en Santa Martha, semanas después que el juez Delgadillo Padierna la enviara a la cárcel. En esa ocasión había perdido 10 kilos, se le veía delgada, demacrada, desconcertada por las traiciones.
Llevaba en la mirada el miedo a la persecución y en su mente la convicción de que iba a pasar años en el encierro. Dice no sentir rencor, ni deseos de vengarse de quienes la traicionaron o la usaron. “Soy mujer de justicia, no de venganza. No lo voy a hacer ahora”, subraya.
* Mariana, su muy guerrera hija, salió a recibirme. Rosario y tres juguetones gatitos negros ya me esperaban en el pasillo. Me sorprendió el buen aspecto de la exjefa de Gobierno. No esconde la alegría que siente por estar de nuevo en casa, sin escuchar los insoportables ruidos en su celda. Por fin está permanentemente con su hija, ve a famiiares y amigos, respira. Lleva su proceso en libertad, como debió ser desde un principio. “Tres años y no me encontraron nada”, dijo.
Rosario estaba “sorprendida” de encontrase fuera de la cárcel. Admitió que no lo esperaba tan rápido. Salió de prision el mismo día que detuvieron a Jesús Murillo Karam por delitos que no se sostienen por ningún lado —tortura, desaparición forzada y obstrucción de la justicia en el caso Ayotzinapa—, pero que significan el aplauso de la tribuna.
En política no hay casualidades y, si las hay, es que están bien preparadas, decía el desaparecido expresidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt.
—¿Tiene algo que ver tu salida con la detención y vinculación a proceso del exprocurador Murillo? Soltamos a bocajarro.
—No sé, son cosas distintas. Repuso con cautela.
Nos dimos cuenta de que no quería navegar por las aguas de la especulación, ni mucho menos hablar públicamente de política. Por nada del mundo haría o diría algo que ponga en riesgo los momentos que vive. Tiene que firmar cada quince días y entregar su pasaporte, pero nos aclara que sí puede viajar al extranjero, con autorización.
La plática se desarrolla en la sala de su casa. De repente, surge el tema de la desaparición de la prisión preventiva, que propone el ministro de la SCJN Luis María Aguilar, por considerarlo una “pena anticipada” al imputado. El secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, está en contra. Dice que eso acabaría con la estrategia de seguridad en el país. Aquí Rosario no duda en pronunciarse. Ha vivido en carne propia esa excepcional medida cautelar “¿Qué tiene eso que ver con la presunción de inocencia? Es un abuso”, dice contundente.
—¿ A qué te sabe el regreso a la libertad? Preguntamos.
En su respuesta nos manda el mensaje de que no todo fue malo: “Si no hubiese estado allí, no me hubiese dado cuenta de lo que en realidad ocurre. Hay chicas de 20 años condenadas a 50 años de reclusión. Aprendí a no juzgar y a sentirme igual al resto de las reclusas. Vi tantas cosas que te puedo decir que entró una Rosario y salió otra”.
—¿Qué piensas de los que te traicionaron?
—Salgo sin rencores, sin venganza. Hice mucho trabajo de meditación. No voy a abonar a la política de odio. Repuso.
Enseguida, manifestó que el tiempo que pasó en la cárcel se le hizo eterno, y ahora que está fuera siente como si ayer hubiese entrado en Santa Martha. Entre los momentos especiales que recuerda de esos más de mil 100 días en la cárcel, menciona la visita a Santa Martha del ministro presidente de la Suprema Corte, Arturo Zaldívar, y la emoción colectiva —llorábamos todas— cuando más de 30 mujeres contaron sus historias. Muchas están allí por sus parejas, aseguró.
La charla terminó con un recuerdo a la maestra de aerobics que tuvo dentro, y a una reflexión emanada de sus múltiples lecturas, que se quedó en su cabeza: “Dios nunca te manda a las profundidades del mal para ahogarte, sino para limpiarte”.