Por Víctor Beltri
¿Por qué atacan al Presidente?
Los años pasan, y los años pesan: las promesas rotas, también. El fracaso de este gobierno —y su pobre desempeño, en comparación con el de sus predecesores— cada vez es más palpable y comienza a ser advertido por la ciudadanía; el Presidente, ante los cuestionamientos de la ciudadanía, y sin que su gestión pueda ofrecer ningún resultado real, se limita a repetir que no son iguales.
Y pone algunos ejemplos para demostrarlo: un tren cuyo único destino real es la destrucción de nuestro patrimonio ambiental y arqueológico; un aeropuerto lleno de luchadores, una refinería de la que tan sólo se pudo inaugurar en tiempo la maqueta. Obras faraónicas, sin mayor sentido, cuya realización no servirá de nada en el futuro cercano pero que son la piedra angular de un gobierno, obscuro y mediocre, al que la gente sigue apoyando —simple y sencillamente— porque el Presidente en funciones, con todo y sus gravísimos defectos, es menos odiado por la gente que los partidos —y sus dirigentes— que actualmente conforman el bloque opositor.
Un odio visceral, exacerbado desde hace años por el mandatario y sus apóstoles, y que fue la razón principal para que resultase electo hace cuatro años: el mismo odio visceral que ha seguido fomentando desde que llegó al poder, y que a la fecha constituye el activo más grande con el que cuenta para mantener —e incrementar— su popularidad. Y es que, a pesar de que hayan transcurrido cuatro larguísimos años, la oposición no ha sido capaz de recuperarse, reagruparse y plantar cara a la que, no obstante ser la peor gestión gubernamental de la historia de nuestro país, también es —sin duda— una de la más aprobadas.
La narrativa presidencial es muy sencilla, en realidad, y consiste en hacerle creer a la gente que el Presidente es un hombre honesto —y un poco simplón— con el que los corruptos están molestos porque, lo que antes se robaba la llamada “mafia del poder”, ahora se le entrega directamente al pueblo sin necesidad de intermediarios. Por eso es que sus adversarios no lo quieren, por eso lo atacan, por eso están buscando, a toda costa y todo el tiempo, que fracase “el de Tepetitán” y, con él, todos los pobres que ahora reciben algo.
Millones de familias tienen un ingreso adicional, que se refleja en su cartera, desde la llegada del Presidente en funciones; millones de familias han sido testigos, también, de los ataques que recibe su amado líder por parte de quienes —en esta lógica— no están molestos porque sea un pésimo Presidente, sino tan sólo porque ya no pueden seguir robando gracias a su llegada al poder. Así, cuando el Presidente explica a sus seguidores que su estrategia es la correcta, y que la crítica en su contra no tiene otro origen que el coraje de los corruptos, porque el dinero ahora es para el pueblo, la gente se lo cree e incluso lo celebra a su lado.
La próxima elección no se ganará gracias a los errores del Presidente —aunque sean suficientes para costarle el gobierno a cualquier mandatario— sino por los aciertos que pudiera tener una oposición que hasta el momento lo único que ha logrado es decepcionar un poco más a la ciudadanía por su falta de coherencia. La oposición no ha sido capaz de unirse, y los partidos políticos tradicionales están cada vez más desprestigiados, merced —lo mismo— a los esfuerzos del Presidente, en sus conferencias mañaneras, que a su poca capacidad de ejecución y los pobres resultados en donde gobiernan, con el agravante de que muchas de las grandes figuras de corrupción de los últimos tiempos provienen de sus filas. Así, imposible.
El futuro se construye de manera cotidiana, y poco a poco vamos definiendo, todos juntos, lo que será el país del mañana. En unos días, el Presidente de la República rendirá su cuarto informe de gobierno, sin que la oposición haya sido capaz de oponerse, en realidad, a nada. En dos años pedirán nuestro voto de nuevo, como si fueran la única solución: entonces, tal vez, recordarán que años pasan, y los años pesan; las promesas rotas, también.