Este tipo de hipocondría consiste en hacer búsquedas sobre problemas de salud, pero el contenido de las redes sociales también puede generar esta ansiedad
El País
Cristina (23 años) no recuerda la primera vez que buscó en internet información sobre alguna enfermedad. Tiene la sensación de que durante toda su vida ha estado preocupada, a pesar de haber estado siempre sana. Puede que una de sus primeras preocupaciones por la salud surgiera unos días después de haber cogido el huevo roto de un ave a la entrada del colegio, cuando escuchó en el telediario que había un brote de gripe aviar. Asegura que el desasosiego le duró mucho tiempo, hasta que se dio cuenta de que, de ser peligroso de verdad, ya le habría pasado algo. Con los años, empezó a guglear en cuanto algo le preocupaba: “Sé que no me va a aportar nada buscarlo, e incluso podría simplemente ir al médico, pero aun así lo hago e intento encontrar una tranquilidad que nunca llega”, explica. Esta conducta tiene nombre: cibercondría, la ansiedad por el estado de la salud propia que resulta de las búsquedas excesivas en internet.
También sufrió este tipo de ansiedad cuando era más joven Eoin McElroy, profesor asociado de Psicología en la Universidad de Ulster (Irlanda del Norte). En 2014 lideró un análisis sobre la cibercondría, que dio como resultado la Escala de Gravedad de la Cibercondría (CSS, por sus siglas en inglés). La escala consta de 33 elementos que sirven para determinar el nivel de ansiedad de este tipo que sufre el encuestado, pero no con una intención diagnóstica, como explica el propio McElroy por videollamada a EL PAÍS: “Se trataba de responder preguntas de la investigación, más que de diagnosticar a alguien. Además, la cibercondría no es necesariamente un trastorno psiquiátrico; de hecho, es algo que casi todo el mundo hace hasta cierto punto hoy en día”, insiste. Según el IV Estudio Salud y Vida de la aseguradora AEGON, casi el 44% de los 1.600 españoles entrevistados busca información en la web cuando tiene algún síntoma.
Entre las situaciones que plantea la CSS se encuentran: “Si tengo una sensación corporal inexplicable, busco sobre ella en internet”, “busco sobre los mismos síntomas en más de una ocasión”, “me irrita todo más fácilmente después de haber hecho una búsqueda en línea sobre la salud” o “cuando mi médico me desmonta la búsqueda que he hecho, dejo de preocuparme”. Según Pilar Jiménez, psicóloga de la Residencia Las Mimosas (Serranillos del Valle, Madrid), la hipocondría “siempre va a terminar en el hospital porque, por mucho que busquen en internet, al final van a acudir a un especialista para preguntarle, para hacerse pruebas y para intentar demostrar que es real que están enfermos y que hay que hacer algo al respecto”, asegura.
El problema de la hipocondría es que la persona no quiere ponerse enferma, pero está convencida de que lo está, por lo que busca continuamente algo que refuerce esa idea de que está enferma, precisamente para poder hacer algo al respecto y poder curarse, explica Jiménez. “Nunca hay fin. Porque, además, en un vídeo u otro o en una página u otra vas a encontrar algo que se parezca a lo que a ti te pasa o a lo que sientes. Cuanta más información, más probabilidad hay de que des con algo con lo que te identificas”, insiste la psicóloga.
McElroy coincide en que la cibercondría, y la hipocondría en general, es una paradoja: “La gente busca reafirmaciones que acaban acentuando su ansiedad. Esto muestra cómo internet y la comunicación online han cambiado nuestro día a día”.
Cristina reconoce que no siempre vuelve a casa tranquila después de una visita al médico: “¿Y si no han mirado bien?”. Asegura que esa persistencia de la duda a veces se debe a que siente que los sanitarios no le han dado importancia a sus preocupaciones o no le han realizado todas las pruebas posibles. McElroy acentúa que “las opiniones de los profesionales deben tenerse más en cuenta que todo lo demás”. Sin embargo, a quien sufre ansiedad por la salud puede costarle descartar esos escenarios funestos que le han estado quitando el sueño, sobre todo si, como en el caso de Cristina, siente que el profesional no la ha tomado en serio porque sabe que sus preocupaciones son recurrentes.
Esto plantea un dilema. Por una parte, el paciente necesita acudir al profesional para encontrar tranquilidad, pero, por otra, eso supone un importante gasto sanitario, tanto por las visitas que se hacen al centro como por las pruebas que se efectúan (que repercuten en el Estado y los pacientes). “Las escaladas de síntomas comunes a preocupaciones graves pueden conducir a una ansiedad innecesaria, a invertir tiempo y a costosas citas con profesionales sanitarios”, explican Ryen W. White y Eric Horvitz en un estudio publicado en 2009.
El investigador norirlandés explica que uno de los aspectos fundamentales de la cibercondría es otro tipo de escalada, la de las búsquedas que se realizan: “Si tengo un dolor de cabeza, busco en Google y veo páginas sobre salud en las que pone que eso es un síntoma habitual de deshidratación o de las migrañas, la gente tiende tendencia a escalar sus búsquedas, aunque ya haya obtenido información y acaba leyendo sobre tumores cerebrales”. McElroy lo relaciona con lo que llama “una intolerancia a la incertidumbre”. “Hay personas que necesitan explorar todos los posibles resultados; otras son más felices o menos curiosas”, comenta.
La directora de comunicación del Colegio de Ciencia Política y Sociología de Madrid, Ana Isabel Fernández Ilustre, recuerda que, además, “somos la sociedad de la inmediatez”, y añade: “Necesitamos la respuesta aquí y ahora. Cada vez hay canales de respuestas más inmediatas, como chats online. Creo que se podría hablar de una conducta generalizada”.
Cuando McElroy elaboró su estudio en 2014, algunas redes sociales que forman parte de nuestro día a día en aquel momento acababan de crearse, como Instagram, o ni siquiera existían, como TikTok. Aunque quienes sufren de cibercondría siguen buscando síntomas en Google, con estas plataformas ni siquiera tienen que ir a buscar la información, sino que pueden encontrársela sin querer. “En las redes sociales no suelo buscar vídeos relacionados con esto, pero si me aparece alguien que tiene una enfermedad y creo que tengo algún síntoma, eso es el punto de partida para ponerme a buscar y preocuparme”, explica Cristina.
Según recoge un estudio canadiense publicado este año, que analiza vídeos subidos a TikTok que abordan el déficit de atención, “aunque las redes sociales ayudan a reducir el estigma de la salud mental y a aumentar el conocimiento sobre la salud, preocupa la desinformación y la potencial cibercondría debido al volumen de contenido que hay sin moderar generado por los usuarios”, y va más allá: “Existe el riesgo de que aumenten los sobrediagnósticos o los diagnósticos erróneos”.
Pilar Jiménez explica que, a diferencia de la tradicional hipocondría, ahora todo es mucho más accesible, y lo que hace 20 años suponía que una persona fuese de médico en médico, “ahora supone tirarse tres horas delante del móvil buscando en las redes”. “Al facilitarlo, se agrava el síntoma”, resume. Además, a pesar de que, como Cristina, los usuarios no hayan buscado esos vídeos, “el algoritmo va a recomendar contenidos del mismo estilo y de los mismos temas, así que se convierte en la pescadilla que se muerde la cola y ya no hay fin”, lamenta la psicóloga.
Para Fernández Ilustre, además de eso, hay que tener en cuenta que el hecho de que “el algoritmo les esté confirmando sus teorías es malísimo”. “Son refuerzos de conducta. Los algoritmos nos sirven para meternos en burbujas de pensamiento”, asegura. Según considera, es probable que los usuarios jóvenes sean más vulnerables que los mayores al poder de los algoritmos, porque, aunque entienden mejor el mundo de las redes sociales, están más expuestos en estas plataformas.
La psicóloga cree que es muy difícil que la pandemia haya creado de cero estos problemas: “Lo que habrá hecho es agravar una tendencia o un factor de vulnerabilidad que ya estaba ahí, en una persona que ya de por sí fuese ansiosa y que ya estuviera preocupada por su salud”. Aun así, Fernández Ilustre defiende que la influencia de la situación ha podido ser mayor: “Nos ha afectado tanto a las personas de riesgo como a las que no lo somos. Por primera vez nos hemos sentido vulnerables como sociedad. Y también tiene que ver que cada vez está más complicado el acceso a la atención primaria. Es natural que se tienda a buscar esa respuesta en línea”.
Cristina reconoce que, al ver los vídeos de las redes sociales o al buscar síntomas en internet, no suele fijarse en las fuentes que consulta. De hecho, asegura que, si la página web que contiene la información es de una clínica o de un centro reconocido, se preocupa más todavía al pensar que, si tiene los síntomas que ahí, en un lugar confiable, se describen, seguro que padece dicha enfermedad. Sin embargo, los expertos consultados explican que es muy importante consultar fuentes veraces y no confiar en individuos no profesionales que hablan sobre asuntos de salud en internet, en general, y en las redes sociales, en particular.
Jiménez considera que pedir a alguien que sufre hipocondría o cibercondría que no haga estas búsquedas sería un tanto “absurdo”, “pero, por lo menos, es importante que busquen fuentes fiables y siempre, siempre consulten con un profesional”. Según un estudio británico publicado este mes, al pasar una semana sin redes sociales, las personas experimentan notables mejoras en su salud mental, en la depresión y en la ansiedad.