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Juan XXIII y la generación 63

Juan XXIII y la generación 63

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Rubén Moreira Valdez

Se cuenta que los cardenales tenían serias diferencias. Incluso, alguien afirmó que la elección se repitió para evitar que el cardenal Siri, un anticomunista, asumiera el obispado de Roma. El Cónclave para nombrar al sucesor de Pío XII no fue sencillo, y una salida usada en otras ocasiones se puso en marcha. Los electores seleccionaron un Papa de edad avanzada, uno de transición, Angelo Giuseppe Roncalli, quien tomó el nombre de Juan XXIII.

Roncalli, tenía 77 años, era un veterano en la política y diplomacia vaticana, tuvo encargos de alta complejidad, uno de ellos en Francia, donde fue designado Nuncio Apostólico. El “gordito bonachón”, dotado de una gran simpatía, ablandó el carácter de Charles de Gaulle y evitó que decenas de prelados franceses fueran sancionados por apoyar el régimen pronazi de Vichy. Años antes cautivó al rey de Bulgaria y en Turquía salvó a muchos judíos.

Cuando todos pensaban que su pontificado pasaría sin pena ni gloria, de manera inesperada llamó a un “aggiornamento” que cambió la historia de la Iglesia. Sin decir “agua va”, en la Basílica de San Pablo Extramuros, dejó sin habla a una veintena de cardenales que en la fiesta de la conversión de Saulo escucharon su deseo de organizar un Concilio Ecuménico. En “cristiano” esto significaba revisar la Iglesia y su relación con el mundo. Con la ayuda del cardenal Montini, su secretario de Estado y futuro Pablo VI, organizó los trabajos. Por cierto, éste lo sucedería en el Vaticano y terminaría la tarea iniciada.

Juan XXIII, vivió pocos años, pero fue y lo sigue siendo un papa muy popular. Ahora es santo de la Iglesia. En aquel entonces la naciente televisión, los noticieros cinematográficos y una prensa auxiliada por el mítico teletipo difundieron su figura y pensamiento en el mundo. Al inicio de su pontificado advirtió sobre la brevedad de este: “No puedo mirar demasiado lejos en el tiempo”, dijo; sin embargo, no le aviso a la Curia que tenía una gran fortaleza y que no le daba la gana descansar.

Roncalli, era un torbellino. No solo convocó e inició el Concilio que transformó la Iglesia, también escribió ocho encíclicas, entre ellas Mater et Magistra y Pacem in Terris. La primera famosa por contribuir a la Doctrina Social de la Iglesia y la segunda por estar dirigida a toda la humanidad y tratar, como su nombre lo indica, sobre la concordia de las naciones. Hay que recordar que se dio en el marco de la Guerra Fría y los días posteriores a la crisis de los misiles. Hay que decir que, en aquellos días, alguno de los no pocos enemigos de Fidel hizo correr la falsa noticia de que había sido excomulgado.

El “gordito”, apodo dicho con todo cariño, respeto e identificación, era de armas tomar, y si no vea: le bajó el sueldo a los altos prelados de El Vaticano y le dio una recortadita a sus gastos y viáticos; le subió el sueldo a los trabajadores; nombró treinta y siete nuevos cardenales, entre los cuales, por primera vez, se incluyó a uno mexicano; además aprobó una instrucción del “temible” Santo Oficio denominada Crimen Sollicitations, que consiste en proceder contra los clérigos que acosan sexualmente a las o los penitentes. Además, el nuevo papa, se rodeó de teólogos disidentes, algunos de ellos con sanciones de sus antecesores – eso fue todo un escándalo, que incluso trascendió a la famosa novela Las Sandalias del Pescador- la voz de los “rebeldes” –, entre ellas la de Yves Congar, determinante en el legado de Juan XXIII y en la vida de la Iglesia.

El Concilio resultó, para bien, un terremoto. 2,450 obispos se trasladaron hasta en cuatro ocasiones a Roma; a ellos se sumaron, teólogos, especialistas y representantes de otras iglesias, que juntos, y con la inspiración del Espíritu Santo, llegaron a conclusiones que cambiaron el rumbo de la fe católica. Sus largas discusiones en comunión quedaron plasmadas en 4 constituciones, 9 decretos y 3 declaraciones conciliares. Los trabajos terminaron el 8 de diciembre de 1965, pero el concilio sigue vivo y produce, desde entonces, muchos efectos, como la Teología de la Liberación o los esfuerzos ecuménicos de los papas posteriores a él.

Melchor Sánchez y yo somos dos “chavorucos” de 59 años; él todo un mes más viejo que yo. Tragones consuetudinarios y aficionados al rock, la música más excelsa jamás escrita. A nuestra generación le tocó ver llegar a Coahuila las primeras televisiones de bulbos. En ellas pudimos apreciar: los juegos olímpicos de México 68, con todo y Vera Caslavska y el Tibio Muñoz, el alunizaje de los gringos y, en la sala de la casa, el horror de la guerra. Eran los días de Vietnam y el glorioso triunfo de su pueblo. También somos la generación del Concilio, la primera que entiende lo dicho en la misa y ve de frente al sacerdote cuando la oficia. Nuestros padres acudieron a servicios en latín y con el cura dando la espalda al pueblo. Después del Vaticano II los laicos tenemos una nueva misión en la Iglesia y en su texto podemos encontrar una ruta de armonía para el reencuentro con nuestros hermanos de “otros” cristianismos.

El anterior es uno de tantos cambios que generó aquel magno evento ecuménico, el que por cierto no es tema menor: la misa y la eucaristía, tienen una manifiesta centralidad para la fe cristiana. Es allí donde se recrea la pasión del Señor y nos encontramos con el Dios vivo. Es además un evento de catequesis que abona a la pedagogía catequética.

San Juan XXIII pasó a la historia como un hombre de cambio, siempre dando nota, diría Juan de León. Asumió el nombre de un antipapa y cuando fue exhumado su cuerpo incorrupto fue motivo de muchas controversias, pero esa es otra historia.

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