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Por José Buendía Hegewisch

El desacuerdo de la educación

El nuevo modelo educativo del gobierno es la imagen de un país sin acuerdos y del costo de la división para el futuro. La educación acusa el costo de la confrontación. La eterna dis­puta por la nación hizo de ella, desde hace tiempo, un teatro de operación política y electoral con cargo a las futuras ge­neraciones, que por ello tienen que avanzar como el ganado que se queda a la zaga del rebaño por el rezago y la caída de la cobertura educativa.

Al igual que con gobiernos anteriores, el de López Obrador quiere legar una nueva escuela mexicana que, como los otros, transforme el sistema con la aspiración de dejar su firma en los libros de texto, en un horizonte imposible de lo que res­ta del sexenio, sin tiempo ni consensos. Pero consigue agitar estereotipos ideológicos con consignas para cargar contra la “colonización” del conocimiento o mandar al “individualis­mo” a la papelera de la historia para que el adversario muerda el cebo encandilado por la polarización y el enfrentamiento.

En el tramo final del sexenio se alumbra la tentativa por cambiar los contenidos educativos que la pandemia detuvo los pasados dos años. Algo parecido ocurrió en el sexenio de Peña Nieto, quien también propuso una reforma edu­cativa sin consenso con los maestros y que trató de aplicar a marchas forzadas hacia el final del mandato. En la poca planificación y el cronometraje político no parecen dema­siado diferentes, así como tampoco en la falta de acuerdos para una reforma que les reserve un lugar en la posteridad.

Pero el plan no sólo abona a la división, sino que se lanza en un momento crítico por el rezago educativo que agravó el covid-19 y amenaza con dejar una generación perdida, como advierte la Unicef. Y que también encuentra a los maestros desconcertados entre la desarticulación de la reforma peñista, la educación a distancia en la pandemia y el tercer cambio del responsable de la SEP con el relevo de Delfina Gómez para competir en el Edomex. Pero ningún obstáculo importa tratán­dose de construir una “nueva utopía” para el sistema educati­vo, como se dijo al presentarla, aunque destinada a naufragar precisamente con un proyecto improbable o de formulación irrealizable. Cuál es entonces el cálculo de un plan ideal que no ha podido ser explicado a maestros, padres de familia y la sociedad, cuando su viabilidad descansa en el respaldo social como enseñó el fracaso del anterior. Y, que, sobre todo, care­ce de planteamientos para revertir la deserción de un millón de alumnos cada año (casi dos en la pandemia) y combatir el rezago de al menos un año escolar entre 5 millones de estu­diantes de educación básica. Si, en efecto, la prioridad son los pobres, lo más urgente es cerrar la brecha en la cobertura y el atraso. Pero tampoco frente a estos problemas hay diagnós­ticos, cifras y planteamientos, que ahora distraen la discusión sobre nuevos contenidos y métodos más acordes al discurso político que al rigor pedagógico. Parece, al menos, inoportuna.

Desde hace un año se filtró el plan de cambiar los libros de texto, aun antes de siquiera discutirse la currícula. Ahora se someterán a una prueba piloto en 900 escuelas del país, también sin conocerse los criterios de evaluación, ni la par­ticipación de instancias independientes que garanticen que no sea sólo un ejercicio de legitimación del proyecto. Aunque así fuera, se perderá en el remolino de la sucesión, dejando otra oportunidad perdida de demostrar que la educación es prioridad. Aunque puede servir para remarcar la vocación de transformación en las urnas en 2024 cuando se trate de co­sechar el escándalo y división por el proyecto, como ocurrió hace seis años con la “mal llamada” reforma educativa como bandera política de la campaña de López Obrador. Otro esce­nario de confrontación entre neoliberales y conservadores, de sumisos colonialistas y formadores de auténticos ciudadanos que conozcan su realidad, como exige la propuesta.

Por eso la educación seguirá como escenario de la puja en una franja clave del voto en 2024, como antes fue con Elba Esther Gordillo y el SNTE. Ahora lo encabezará una opera­dora política que el Presidente designó por su expertís en la participación ciudadana, Leticia Ramírez. Los programas de becas y apoyos a los maestros quedarán a buen recaudo para ganar las próximas elecciones al costo del rezago de futuras generaciones.

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