Por Juan José Rodríguez Prats
Justicia
Es triste desmantelar la biblioteca que se hizo en toda una vida. Cada libro del que uno se desprende provoca un sentimiento de pérdida, como si se fuera un amigo. Hay un sutil reclamo de ingratitud: el leído deja el sentimiento de que con él se va lo aprendido y del no leído, la sensación de negligencia y perplejidad. Asumí la tarea con resignación y opté por sólo conservar los textos sobre derecho. Creo que ése es el tema más recurrente y es, al final de cuentas, mi profesión.
Hay dos formas de ejercer el poder. O se cumple la ley y se respetan las instituciones o se conciben ideas fantasiosas acompañadas de pasiones desbordadas que distorsionan el elemental deber de servir. Son las propuestas de dos libros escritos hace más de 500 años: en La educación del príncipe cristiano, Erasmo de Rotterdam alude a virtudes, y Maquiavelo se refiere a habilidades en El príncipe. El dilema persiste con sobrada evidencia.
De una rápida revisión, constaté que Italia es el país con más pensadores sobre “la cosa pública”. Sin embargo, en sus últimos 76 años ha tenido 67 gobiernos. He ahí una gran lección: habrá mucha y buena teoría, pero sin voluntad política, el derrumbe es estrepitoso.
Jean Lacroix, filósofo francés, fundó con Emmanuel Mounier la revista Esprit en 1932. Juntos crearon una escuela de filosofía denominada “personalismo comunitario”. Una idea suya es fundamental en el siglo XXI: se deben cultivar los “sentidos espirituales”, ni más ni menos.
Esta reflexión me sacudió y por ello la transcribo: Los cinco sentidos espirituales (…) el sentido de lo verdadero, del bien, de lo bello, de lo útil y de lo justo (…). Se notará la concordancia casi completa de las dos clasificaciones: a las ciencias corresponde lo verdadero, a la ética el bien, a las artes lo bello, a la técnica lo útil y al derecho lo justo”.
El último en ser mencionado tiene que ver con mi profesión. Percibo como la mayor amenaza el gran repudio globalizado, en gobernantes y gobernados, a la norma jurídica. Los populistas buscan, preponderantemente, el subterfugio, la rendija, la debilidad de leyes e instituciones para imponer su voluntad, para permanecer en el mando. Y si esos mecanismos no son los adecuados para sus fines, simplemente coaccionan a quienes toman decisiones con los métodos a su alcance.
La opinión pública está abrumada con tantos proyectos para superar la grave crisis que afrontamos, hay que retornar a lo elemental.
En cada área de la administración pública se pueden identificar los planes y las decisiones que deben instrumentarse. En seguridad, fortalecer las instancias impartidoras de justicia; en salud, extender y fortalecer los servicios correspondientes; en educación, evaluar resultados y corregir deficiencias; en economía, vincular capital y trabajo.
De los 88 agraciados con el Premio Nobel de Economía, 52 son estadunidenses, nueve ingleses y los demás, de diversas nacionalidades. La conclusión es clara: no hay gran espacio de maniobra para administrar los escasos recursos. De las biografías de los grandes hombres, nunca faltan dos atributos: realismo y sentido común.
Sin Estado de derecho, todo lo dicho es inocuo. El factor decisivo en toda deliberación debe corresponder con lo que ordenan los textos. Por eso sostengo que el régimen más adecuado es el parlamentario, es el que amortigua más eficazmente las crisis de gobernabilidad. La democracia liberal ha comprobado, a pesar de sus tropiezos, ser el mejor modelo de gobierno.
Hemos sido muy malos haciendo leyes y peores en su interpretación y observancia. Alguna vez usé una expresión que provocó muchas críticas: “Derecho masturbatorio”. Acaricia la realidad y da la sensación de que se obtuvo lo deseado. Lo cierto es que cada vez la distancia entre la norma y la realidad se amplía y profundiza. Por ahí debemos empezar, por la gran reforma legal que México requiere.