Por Yuriria Sierra
A un año del terrible retroceso
“Quiero convertirme en una periodista exitosa en el futuro, me encantaría servir a mi país y la educación es mi derecho humano básico…”, Kerishma, tiene 16 años.
“Luchamos por nuestra propia libertad, luchamos por nuestros derechos y estatus, no trabajamos para ningún país, organización o agencia de espionaje, éste es nuestro país, ésta es nuestra patria y tenemos todo el derecho a vivir aquí…”, Monesa, 31 años.
“Estamos cansadas de esta situación, ¿cuánto tiempo tenemos que sufrir así? ¿Cuánto tiempo debemos sentarnos las mujeres en nuestras casas? Nos estamos muriendo por esta situación, tenemos que huir del país…”, Gulestan, 45.
Las tres mujeres son afganas. La primera, estudiante, hoy en una escuela privada sólo para mujeres, que abrió tras una larga burocracia y que ofrece clases sólo dos horas por día.
La segunda, una exempleada del Ministerio de Finanzas, quien hoy se dedica al activismo.
La tercera, una expolicía que fue despedida de la institución y hoy se dedica al trabajo doméstico.
Así de radical ha sido el cambio de las mujeres en Afganistán tras el regreso del régimen Talibán el 15 de agosto de 2021.
El tan temido retroceso para las mujeres del país se materializó demasiado pronto.
“Hemos tenido que ajustar los programas y, por supuesto, la música. Ya no emitimos canciones americanas, o pop, o Shakira o cantantes de este estilo…”, reveló Hamida Aman a El País.
Aman es fundadora de Radio Begum, una estación hecha por mujeres, quien ha tenido que hacer este tipo de modificaciones en su operación y ha buscado cómo puede lograr su manutención, luego de que el nuevo régimen le quitó los fondos.
Los talibanes se han esforzado en estos 12 meses por regresar a las mujeres al único lugar que ellos les reconocen: la sombra. Por fortuna, a contracorriente, hay mujeres como ellas: Kerishma, Monesa, Gulestan y Hamida, que resisten. Desde su trinchera buscan la forma de dar oxígeno a una lucha que vivió su más doloroso retroceso desde que el país regresó al régimen que no las reconoce como esa otra mitad del espectro ciudadano, que les limita derechos y participación.
“Ahora mismo, todo está tenso. Todo lo que puedo hacer es seguir corriendo y esperar que pronto se abra una ruta fuera de la provincia. Por favor, reza por mí…”, así termina un texto publicado por The Guardian en los días previos al retiro de las tropas de Estados Unidos y que permitió el regreso talibán.
La autora, lo escribimos entonces, no reveló su nombre, pero sí supimos que se trataba de una periodista que sentía la amenaza no sólo para ejercer su profesión, sino para vivir en libertad en su más simple condición de mujer.
Seguimos sin conocer cómo se llama, pero es claro que, como ella, miles de mujeres más han tenido que enfrentar la dureza del extremismo: “Hicimos muchas protestas, les pedimos que nos permitieran ir a trabajar con la promesa de usar hiyab, pero nos apuntaron con su arma y nos dijeron que nos fuéramos…”, expresó Gulestan a la agencia Reuters.
Y esta declaración es el más vivo ejemplo de lo que ha significado este primer y atroz año para las mujeres afganas.