Por Víctor Beltri
El sexenio más difícil no será éste…
López Obrador ha sido —con mucho— el peor Presidente de nuestro país en la historia reciente. El sexenio más difícil, sin embargo, no será el que ahora vivimos, sino el que tendrá que enfrentar el siguiente titular del Ejecutivo, al recibir un país dividido y contrahecho, al gusto —y la mediocridad— del mandatario en funciones.
Una mediocridad que resulta asfixiante. En materia de seguridad —por ejemplo— el Presidente nos ha presumido como parte central de su estrategia la reunión que mantiene todos los días, a las seis de la mañana, con un “gabinete de seguridad” que le reporta cifras, datos, estadísticas; el recuento de los últimos sucesos y tendencias, la lista de atrocidades, las historias desgarradoras —convertidas en simples números— que el Presidente nunca ha sido capaz de entender, y ante las que no sabe cómo reaccionar.
Y nunca lo ha sabido. Desde 2004, cuando en medio de otra terrible crisis de seguridad descalificaba a quienes protestaban la ausencia de su gobierno. “Son unos reverendos mentirosos, esos señoritingos, esos pirrurris de la derecha”, señalaba. “Ahí andan con su campañita en favor de la paz y sus moñitos blancos, ¿de qué paz hablan?” O un año después, en 2005, cuando su gran amargura era que la prensa le diera más relevancia al fallecimiento del papa Juan Pablo II que al desafuero de un alcalde provinciano. “Sencillamente fueron horas y horas de comentarios sobre el Papa, de reportajes sobre el Papa, y no dejaron el momento en que estaba la Sección Instructora resolviendo. Yo estoy, desde luego, pidiendo por la recuperación del Papa, pero ayer en la televisión fue abundante y, desde luego, es una nota importantísima que le preocupa a la gente, pero repetían y repetían y repetían…”.
O como en la actualidad, diecisiete años más tarde, cuando sus políticas públicas han costado la vida de cientos de miles de personas, pero él continúa asegurando que todo se desarrolla de acuerdo a lo que había planeado. Quizás ése sea el gran problema: “vamos bien”, afirma el Presidente al justificar la ausencia de resultados; “abrazos y no balazos”, responde cuando se cuestionan las funciones de una Guardia Nacional que ha nacido con órdenes expresas de no intervenir. “Estamos atacando las causas”, arguye mientras le inyecta más y más dinero a las clientelas electorales creadas con sus “programas del bienestar”; “nosotros no somos iguales”, al cuestionarse la corrupción en su gobierno o la posible cercanía con grupos vinculados al crimen organizado.
El sexenio más difícil, sin embargo, no será el que ahora vivimos. El mandatario ha sido capaz de evadir sus responsabilidades al tiempo que mantiene una gran aprobación, pero lo cierto es que la mera popularidad no puede ser suficiente para resolver, por sí misma, la cantidad ingente de problemas que han sido originados —y descuidados— por un Presidente mediocre que se ha dedicado más a ejercer el poder en su propio beneficio que a gobernar para todos los mexicanos.
El problema real será para el próximo presidente, quien tendrá que dar solución a la herencia maldita del mandatario en funciones, mientras que recibe no mucho más que los despojos del país que alguna vez soñamos y tratamos de construir juntos. El problema real será para la ciudadanía que, dividida y fracturada, tendrá que encontrar la manera de volver a unirse en torno a algo que no sea un caudillo: el problema real será para la oposición, que no supo prepararse para el reto, ni construir más opciones ni personajes distintos a los mismos que hemos visto desde hace treinta años.
El problema real será para los obradoristas más contumaces, que tendrán que responder por su falta de criterio —y sentido común— durante el nefasto periodo del peor Presidente de la historia reciente: el problema real será para todos aquellos que no han comprendido que la construcción de un tren sin destino no es un asunto de seguridad nacional. Brindar seguridad a los nacionales, en cambio, sí lo es.