En recuerdo a nuestro amigo y compañero José Manuel (“Pepe”) Luna Lastra (QEPD), quien falleció inesperadamente hace apenas un mes, publicamos un artículo de su mano del 2021.
(parte #1 de 3))
Hubieron de pasar muchos años desde el primer intento en 1577 para que un asentamiento humano lograra prender en el lugar (o cerca del lugar) que hoy ocupa la ciudad de Monclova, que fue fundada el 12 de agosto de 1689 por el gral. Alonso de León, quien dos años antes había sido nombrado gobernador de una nueva provincia conocida por Coahuila, o Nueva Extremadura.
La población surgió tras algunos intentos fallidos de los españoles para crear un asentamiento que sirviera de frontera para defenderse de los pueblos de indios que señoreaban por estas latitudes.
Un poco antes de que Monclova se fundara, los franciscanos con Fray Juan Larios a la cabeza, junto con el Alcalde Antonio Balcárcel Rivadeneira y Sotomayor, habían fundado una villa de españoles a la que bautizaron como Nuestra Señora de Guadalupe y dos pueblos destinados a los indios: uno, San Miguel de Luna, para los naturales de la región y otro, ubicado junto al anterior, calle de por medio, para alojar a una agrupación de indios tlaxcaltecas que habían traído de Saltillo. En mayor o menor grado, ambos pueblos prosperaron, no así la Villa de Guadalupe que fue rápidamente despoblada.
Monclova, ya lo decía, nació como capital de la Provincia de Coahuila; una zona que para el sur llegaba solamente hasta donde hoy se localiza la población de Castaños, pero que hacia el norte verdaderamente no tenía límites. Al paso del tiempo la Provincia de Coahuila y la región de los Tejas, fueron controladas por un solo gobernador que tenía su residencia en Monclova y así permaneció durante algunos años hasta que Saltillo (que habían agregado al territorio coahuilense) y Miguel Ramos Arizpe, le arrebataron la capitalidad, aunque solamente de Coahuila pues Texas ya se había independizado de lo que hoy es la nación mexicana.
Ya sin los poderes políticos , la importancia de Monclova naturalmente fue decayendo y su existencia se mantuvo gracias al tesón de sus habitantes, dedicados básicamente a la cría de ganado menor y a la agricultura facilitada por el siempre fluyente Río Monclova.
Durante algo más de un siglo (1765-1867), la población y toda la Provincia, fue controlada en lo económico, pero también en lo político, por la familia Sánchez Navarro, encabezada durante muchos años por el padre José Miguel Sánchez Navarro, cura de la Parroquia de Santiago, cuyo edificio actual fue construido casi totalmente a sus expensas. Este caciquismo no garantizó tiempos de bonanza para los monclovenses, pero si para la poderosa familia que se mantuvo vigente hasta el triunfo de Juárez sobre Maximiliano.
La población vivió acontecimientos importantes como la captura en 1811 del ejército insurgente, por llamarle de alguna manera a las huestes encabezadas ya no por Hidalgo, sino por Allende, Aldama, Jiménez y otros de menor importancia. Hidalgo los acompañaba como un virtual prisionero de Allende. El contingente pretendía llegar a Texas y de ahí continuar a los Estados Unidos, pero en Baján fueron cándidamente capturados.
Mas tarde, a la mitad del siglo XIX, las tropas del gral. Santa Ana y Filisola, estuvieron acantonadas en las márgenes del Río Monclova, haciéndose de víveres y caballos, mientras se dirigían a San Antonio para pelear por El Alamo.
Durante la invasión norteamericana, las tropas del Gral Woolf tomaron la ciudad que había opuesto resistencia; izaron la bandera de las barras y las estrellas en el edificio de la Presidencia Municipal y permanecieron acampadas por un buen tiempo, el suficiente para que patriotas monclovenses les mataran algunos soldados.
Vivió Monclova tranquilamente los años del porfiriato y el mismo don Porfirio estuvo despachando en la ciudad durante un buen tiempo. Tengo entendido que la Presidencia de la República estuvo algunas semanas en un vagón de ferrocarril.
Ya en el siglo XX la ciudad se constituyó prácticamente en el cuartel general del naciente ejército constitucionalista comandado por Venustiano Carranza. Gracias a esto, la población fue escenario de algunas batallas que propiciaron los primeros derrames de sangre producidos por la Revolución Carrancista.
Al paso del tiempo la población no crecía. Por el contrario, fue sufriendo mutilaciones para dar lugar a la creación de nuevas entidades. Perdió Castaños y Frontera, pero también Abasolo y Escobedo y en lo que le quedó de territorio, subsistió durante muchos años, un número de habitantes que oscilaba entre los siete y los diez mil, según lo muestran los censos de fines del siglo XIX y principios del XX.
Aletargada, sería la palabra para definir la situación en que se encontraba Monclova al llegar el siglo XX y en esta situación permaneció durante sus primeras tres décadas. Un viajero imaginario que llegara a la población, encontraría un asentamiento humano de apenas unos seis o siete mil habitantes (considerando a quienes vivían en las áreas rurales), con cinco o seis calles, en lo que fue el casco viejo de la ciudad que se extendían de norte a sur, paralelas al río, calles que eran cruzadas por los antiguos llamados callejones que en número de siete u ocho, «corrían» de oriente a poniente.
Al norte de la población y separado de Monclova por las lomas del Rebaje y de la Ermita de Zapopan, el viajero encontraría a El Pueblo, resultante de la unión de los antiguos pueblos de San Miguel y San Francisco y que después de algunos intentos por independizarse de Monclova, finalmente quedaron bajo su control como un sector más de la población.
La ciudad hundida en el valle formado por los cerros de la Gloria y del Mercado, recibía agua por un sistema de usos y acequias que nacían de la Saca de Labradores Blanco que al sur de la población tomaba sus aguas del Río Monclova. Por medio de los usos, llamados así los canales que por gravedad transportaban el agua a todas las viviendas, fue posible que la población situada casi a las puertas del desierto, semejara una especie de oasis, poblado por grandes y densas nogaleras, propias de la región. Por si esto fuera poco, cada casa poseía invariablemente una huerta en la que era posible encontrar las deliciosas nueces, pero también aguacates, duraznos, dátiles, granadas y muchos otros frutos de la tierra que siempre fue buena y rendidora.
A finales del siglo XIX, las calles de Monclova no estaban pavimentadas y prácticamente no existía la electricidad. En un tiempo hubo un sistema de tranvías tirados por semovientes cuya ruta se extendía desde la fábrica de Hilados y Tejidos «La Buena Fe» que se quemó en 1905, hasta la Estación Monclova del sistema de ferrocarril. Durante muchos años, aparte del telégrafo, el tren fue el único medio de comunicación que tuvo la ciudad con el resto del país.
En la población se respiraba un aroma de tranquilidad, en un ambiente casi bucólico. Había, como siempre, los pocos ricos y los muchos pobres, quienes a pesar de su pobreza, podían comer todos los días gracias a los oficios que desempeñaban y a los ubérrimos frutos que les brindaba la tierra. Los informes del Presidente David Cerna, cuya brillante gestión administrativa se desarrolló de 1905 a 1907, destacan que en Monclova no había gente pidiendo limosna ni malhechores.
Los monclovenses siempre fueron gente buena y trabajadora, sumamente hospitalaria y servicial que le franqueaba la puerta de su casa de inmediato, sin presumir la mala fe. De cuando en cuando algún acontecimiento escandaloso, rompía la monotonía de la vida de la población, como el crimen que cometió aquél chinito en la persona de su mujer cuando descubrió que ésta lo engañaba, o bien, el asesinato del legendario Inés González cuyo cadáver fue encontrado tirado en el «ancón» del río.
(continuará)
Por: Pepe Luna Lastra (QDEP), como recuerdo de sus amigos Arnoldo Bermea Balderas, Juan Latapi Ortega, Francisco Rocha, Luis Valdés Blackaller, Oscar Valdés Martin del Campo, Willem Veltman, y Ramón Williamson Bosque.