Por Fernando de las Fuentes
Cuestionando se llega a la verdad
Peter Abelard
No hay enemigo más anónimo, persistente y dañino que dar las cosas por sentado, sea por pereza mental, miedo o vergüenza de preguntar. Creer que lo que sabemos es suficiente y verdadero, que los otros harán lo que creemos que deben hacer, que lo que ya está hecho es correcto, entre otras suposiciones que convertimos en verdades, es el origen de la mayor parte de nuestros problemas.
Errores, malos entendidos, enfrentamientos, rompimientos, fracasos y hasta catástrofes son el resultado de dar por sentadas situaciones, creencias, comportamientos, sentimientos, etc.
Como cualquier cosa, dar por sentado tiene su lado positivo, porque nos evita recomenzar todo; es decir, el saber debe partir de un cúmulo de conocimiento, de lo contrario la humanidad no evolucionaría.
También es cierto que en muchas ocasiones ese conocimiento es falso o erróneo y que tiempo después, a veces muchos años y generaciones de por medio, alguien encuentra dónde estaba la deficiencia.
Y no hay que perder de vista, sin embargo, que lo que hoy nos parece erróneo e injustificado, en su tiempo fue correcto y justificado, pues el contexto y las circunstancias hacen al hombre y pautan sus acciones y decisiones.
La verdad de ayer será la mentira de hoy, en la mayoría de los casos porque los enfoques cambian.
La falta de ganas de saber, la ausencia de curiosidad, es decir, la pereza mental, que nos impide investigar más, sobre todo en aquellos temas de los que nos creemos conocedores, nos expone a opinar “con la gran seguridad que da la ignorancia” y, por lo tanto, a que alguien que sí cuestionó, investigó y analizó, nos ridiculice. Hoy en día esto es muy común en las redes sociales.
Aunque parezca que dar las cosas por sentado es un asunto exclusivo del intelecto, que no concierne a las preocupaciones y ocupaciones de nuestra vida cotidiana, en realidad es el origen de muchos fracasos en las relaciones, pues es lo que nos lleva a creer que nuestra pareja, amigo, hermano, madre, padre, hijo, actuarán de determinada manera. Un “creí que tú…”, “es que pensé…”, son justificaciones muy comunes en los malos entendidos, y éstos no tienen otro origen que suposiciones convertidas en verdades o “esperanzas ocultas”, por miedo a un NO.
En otra de nuestras actividades cotidianas, quizá la más importante: el trabajo, en muchas ocasiones, por vergüenza de poner en evidencia a alguien, no cuestionamos ni analizamos el trabajo ajeno cuando debemos involucrarnos en él y hacer nuestra parte. Partimos de que está bien hecho, porque esa es la responsabilidad y, en última instancia, el problema del otro. De pronto todo sale mal y nosotros perjudicados, no solo porque no pudimos hacer una prudente observación a tiempo, sino porque ni siquiera nos tomamos la molestia de revisar lo ya hecho.
Tras estos ejemplos de cómo afecta nuestra vida el dar las cosas por sentado, debemos preguntarnos cuándo sí y cuándo no es necesario cuestionar, revisar, analizar, reflexionar, para corregir o confirmar.
Siempre que se trate afectos y trabajo, hay que evitar dar las cosas por sentado. En nuestras relaciones lo fundamental es una buena comunicación, clara, explícita y con mente abierta.
Debemos preguntar a aquellos que amamos qué esperan de nosotros, que quieren, que necesitan, cómo se sienten, y expresarles lo mismo. En nuestro lugar de trabajo la comunicación lo es prácticamente todo. Nunca debemos dar por hecho que entendimos; es necesario corroborarlo casi todo, especialmente cuando se trate de instrucciones, sin vergüenza, sin miedo.
Nunca está de más, ciertamente, cuestionar, curiosear, investigar, pero si no fuimos educados para ello, ni motivados, debemos hacerlo al menos en los asuntos importantes de nuestra vida.
Cuando aprendemos a no dar por hecho lo que creemos, aprendemos a no dar por sentada la vida misma, comenzamos a apreciar todas las cosas buenas y desarrollamos la cualidad de la gratitud, receta instantánea de la felicidad.