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Entre la vergüenza, el miedo y la lástima

Entre la vergüenza, el miedo y la lástima

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Por José Elías Romero Apis

Los enemigos de la democracia estadunidense podrían estar de plácemes. Me quiero referir a aquellos seres para los que la democracia les parece una forma de barbarismo. Esos antidemócratas pueden estar complacidos. La democracia es un sistema de gobierno, no una promesa de vida

Lo realizado por Donald Trump es una vergüenza para la política, para el honor y para la alteza de su nación. La batalla más importante que dio como presidente de Estados Unidos no fue por su país, no fue por sus conciudadanos y no fue por la historia. Tan sólo fue por su empleo. No por el de los trabajadores estadunidenses, sino por el suyo y por nada más.

Su “gran guerra” no fue contra otra potencia enemiga ni contra una economía competidora ni contra una ideología adversaria ni contra un peligro nacional ni contra una amenaza global. Fue, tan sólo, por conservar su escritorio, olvidando que ni siquiera es de él, sino del pueblo al que juró servir y respetar.

Pero siempre creyó que la Presidencia era suya. Nunca quisiera yo que los jóvenes lo admiraran ni lo imitaran. Nunca lo quisiera como amigo mío. Nunca me gustaría siquiera saludarlo.

Además, avergonzó a su investidura oficial. Amenazó a senadores, ordenó a gobernadores, hostilizó a funcionarios para que se prestaran a sus caprichos y se plegaran a sus instintos, sin consideración para con su deber y para con el orden jurídico democrático de los Estados Unidos.

Todo, para tratar de revertir el resultado electoral. Así, hasta la vergonzosa jornada del 6 de enero en la que se complació con que sus vándalos irrumpieran en el Capitolio, suspendieran una reunión de alta importancia, causaran destrozos e, incluso, muertes de personas. Todo ello es una vergüenza, no de la nación, sino de este singular personaje, ante la comisión de delitos tan graves como motín, sedición, rebelión, daño en propiedad nacional, lesiones y homicidio, entre muchos otros.

También fue una provocación de miedo global, al ver a un presidente inmerso en una severa patología síquica. Que este posible alienado tenga el poder político, económico y militar suficiente para generar daños irreversibles tanto a su país como a otras naciones. Eso nos quitará la tranquilidad en los pocos días que faltan para la transición.

Pero, además, la actitud de Donald Trump provoca lástima. Para los aficionados a la política, vemos en él una figura tan ridícula, tan fracasada y tan lastimosa que nos invita más a la compasión que a la burla. Cerró su historia política de la peor manera posible. Su obligado retrato en la Casa Blanca será escondido en el último de los pasillos. Su nación no lo extrañará ni se sentirá orgullosa de él. Para un literato o para un cineasta Donald Trump invita más a una obra dramática que a una sátira burlesca.

Los enemigos de la democracia estadunidense podrían estar de plácemes. Me quiero referir a aquellos seres para los que la democracia les parece una forma de barbarismo. Esos antidemócratas pueden estar complacidos.

La democracia es un sistema de gobierno, no una promesa de vida. Es por ello que, en ocasiones, ha sucedido que los votantes se arrepientan. Los escoceses, de no haberse ido. Los británicos, de haberse ido. Los colombianos, de optar por la guerra y no por la paz. Los estadunidenses, de algún día haber elegido a Donald Trump. Los mexicanos nos hemos arrepentido en diversas ocasiones. En materia de política, al final de cuentas, todos tenemos la razón. La diferencia es que algunos la tuvimos a tiempo y, otros, la han tenido cuando ya no hay remedio.

A finales del siglo XVIII, los colonos de Norteamérica, recién independizados, encontraron su idea, hasta entonces innovadora casi hasta la fantasía. Serían república, democrática, liberal, constitucional y federal. Cuando los “inventores” de ese ensayo lo propusieron a los otros constituyentes, casi todos se opusieron. Lo consideraron absurdo.

Para su fortuna, tuvieron el prodigio de recapacitar y de rectificar. Hoy se les conoce como “los padres fundadores” y su nación no sólo así los denomina, sino que así los reconoce y los honra. Hoy, 4 de cada 5 países del planeta han copiado ese sistema de gobierno.

Bien se ha dicho que, cuando los gobernantes pierden la vergüenza, los gobernados pierden el respeto.

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