De visita por el neoyorquino Museo Metropolitano de Arte en 1939, un joven Francisco de la Maza de sólo 26 años quedaría deslumbrado por su primer contacto con un "prodigioso" efebo labrado por Louis Aimé Lejeune. Años después, inspirado por Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar -lectura fundamental para la mayoría de los intelectuales homosexuales mexicanos